Casualidades

Nada hay oculto bajo el cielo, una verdad que a diario cobra fuerza entre quienes pensaron que su mentira sería eterna
  • miércoles 04 de mayo de 2016 - 12:00 AM

Nada hay oculto bajo el cielo, una verdad que a diario cobra fuerza entre quienes pensaron que su mentira sería eterna. Erasmo andaba siempre en las nubes, a veces le tocaba preguntar si era lunes o martes, otras se levantaba el domingo, afanado a bañarse para salir al trabajo, volvía a la cama cuando la mujer le metía un pescozón y como castigo por despertarla le imponía tirársela hasta media mañana. Pero eso no le bastó a Erasmo para buscar en la calle lo que no se le había perdido, olvidó que el perfil del infiel incluye, como uno de los requisitos básicos, una memoria vasta y dinámica, porque cualquier detallito que se escape puede generar una catástrofe.

No fue que la gente no se lo advirtió, muchos, sobre todo los compañeros de trabajo, todos con bachilleratos y hasta maestrías en infidelidad, se lo dijeron ‘cuidado, amigo mío, cuidado y tu mente de pollito pío-pío te juega una mala pasada y le dices a tu mujer el nombre de tu amante, cuidadito'. Pero Erasmo se hizo el orejisordo y se enculó a mil con Pamela, quien tenía tetas para regalar, ‘puedo amamantar a medio millón y sobra', decía ella para ‘lujuriar' a los caballeros, que pronto caían rendidos a sus pies, dispuestos a dar lo que no tenían ni en la cartera ni en la tarjeta para formar parte de los amamantados. Se decía que el romance había empezado en una fiesta de esas que los jefazos auténticos les celebran periódicamente a los colaborares por su buen rendimiento, Erasmo aprovechó que andaba solo y la invitó a bailar, parece que la tiradera de pasos los alborotó y de allí pasaron al cuartito refrigerado, donde Pamela sacó su mejor repertorio y puso al compañero a pedir cacao, por lo que él mismo sugirió que se citaran otra vez y de allí no pararon hasta que ella salió embarazada y apuntó su índice hacia el olvidadizo, quien en una de las citas olvidó llevar el gorrito y ahí la dañó.

Ambos quisieron jugarle vivo al pelao y no dejarlo apuntarse en el libro de los vivos, pero el chiquillo venía con todo y no les resultó ninguna de las artimañas que ejecutaron para tumbar a la cigüeña. Con el nacimiento del chiquillo, a quien nombraron Prometeo, por su fortaleza para no dejarse morir, se le apagó la fuente a Pamela y la relación se debilitó, tanto que solo se trataban estrictamente para lo relacionado con la plata de la manutención, que Erasmo daba voluntariamente para que su mujer no se diera cuenta. Los compañeros, más fieles que nunca, andaban pendientes de que al nuevo papá no se le olvidara cumplir con sus deberes. Solo una vez él intentó llevarse a Pamela a un hotel, pero ella se mantuvo firme y le respondió que no quería nada con un pajuato que no se atrevía a decir en su casa que tenía otro hijo; Erasmo rogó y hasta soltó unas lagrimitas para que se lo dieran, pero fue en vano, ella se mantuvo más digna que la misma dignidad y no lo dejó pero ni oler.

La nueva paternidad puso a Erasmo a camaronear los fines de semana, y lo que ganaba tenía que repartirlo entre su casa y Prometeo, por lo que no le quedaba ni para las pintas. ‘Si regreso a la casa con poca plata, mi mujer sospecharía, ella me controla todita la quincena', decía. Fue por la seguidilla de días libres que Pamela viajó al interior y se gastó más de lo debido, y le pidió a Erasmo unas cositas de bebé, que él compró camino al trabajo, y las entregó, olvidando la factura en el pantalón. El diablo, que solo molesta al casado, cambió el destino conyugal de Erasmo, porque esa noche, su mujer, que nunca le lavaba la ropa, inventó lavársela. Halló el recibo de caja del súper y atacó iracunda al marido. Le destruyó la computadora, le pegó hasta con un zapato, lo insultó y lo largó en el acto. ‘No te perdonaré jamás', le dijo tajante.

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Tetonzona: Aquí se complacen más de mil.

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Cogío: ¿Por qué compraste leche para bebés?