La calientita ultrajada

Ante esta alta demanda sexual, don Pérez, de treinta años, trataba de ayudarse tomando variados tés 
  • viernes 26 de septiembre de 2014 - 12:00 AM

Los Pérez eran un matrimonio común, de esos que se dicen modernos y que sexualmente llevan una vida normal, lo practican a menudo y disfrutan, unas veces más y otras menos, pero a diferencia de otras parejas, la mayoría, en las que siempre es el hombre el que quiere todos los días, acá era ella, pues el sexo siempre estaba presente en su mente.

Ante esta alta demanda sexual, don Pérez, de treinta años, trataba de ayudarse tomando variados tés y baños con pétalos de orquídeas.

Un día, de esos en que no conectamos la lengua al cerebro antes de ponerla a trabajar, se le ocurrió contárselo a un compañero de trabajo, a Carlos, un individuo casado que era muy hábil para hacer creer que era buena gente y solidario, pero en el fondo tan libidinoso que podía armar un plan maquiavélico con tal de incluir una víctima más en su, según él, ‘Libro de conquistas’, que recogía una numerosa lista sin nombre, de mujeres de variadas edades, profesiones, color de piel, ojos y cabello, altas, chaparras, gorditas y en línea. Las que tenían un ganchito eran las que a su juicio habían tenido un excelente desempeño en la cama. Solo una tenía dos ganchitos, lo que indicaba ‘fuera de serie’.

Elvia, esposa de Carlos, no trabaja ni sale a ningún lado, por lo que se sintió feliz al saber que los Pérez los visitarían el sábado. Enseguida inició los preparativos para atenderlos a cuerpo de rey, tal como había ordenado su marido.

Llegó el tan anhelado sábado y por insistencia deCarlos, el señor Pérez, que es abstemio, aceptó ponerse a beber.

No había pasado mucho tiempo cuando ya Elvia y el matrimonio invitado estaban prácticamente borrachos, mientras que Carlos solo esperaba que su compañero se durmiera para poner en marcha su plan. No tuvo que esperar mucho porque muy pronto el único despierto era él.

Por cualquier inconveniente, puso una película porno que había traído para ambientar.

Aprovechó que, turulata, la señora Pérez se levantó y fue al baño y allí mismo intentó seducirla con caricias orales, pero ella, en medio de su ebriedad, comprendió que pasaba algo raro, que aquel falo grandulón no era el que a ella la ponía a vivir y empezó a gritar con tanta fuerza que despertó a Elvia, quien aprovechó los tragos y dejó salir los deseos reprimidos que sucumbieron ante la tentación de esa hermosa mujer desnuda que arrinconada en una esquina trataba de tapar sus descomunales tetas.

Animada por la fuerza de la pasión, dio rienda suelta a su preferencia sexual y empezó a besarla con desesperación mientras jugaba con los impresionantes senos.

Todo ante la mirada incrédula de su marido que, momentáneamente, no supo qué hacer.

Pero el deseo de la carne es tan fuerte que domina cualquier otro sentimiento y en unos minutos marido y mujer se enfrascaban en una tremenda disputa por la mujer ajena.

Entre los dos la terminaron de desvestir, Elvia no podía controlar el deseo de lamerle los senos mientras su marido se desesperaba por meter la mano por otro lado. Formaron tal escándalo y jalonera que lograron que esta reaccionara y tratara de salir.

Pudo lograrlo gracias a que en el afán del deseo y la mala intención Carlos había olvidado cerrar la puerta.

Fue un espectáculo tan bochornoso: la inocente señora Pérez corriendo desnuda y sin rumbo perseguida por otra mujer también ligera de ropas que, perdido todo control de sí misma, corría tras ella diciéndole frases de amor.

Cuando Peréz despertó, al día siguiente, escuchó una historia que todavía, tres meses después, no logra entender: su apasionada esposa, ardiente y sensual, trató de violar a la pobre señora Elvia que solo trató de ayudarla a llegar al baño...

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