Cada oveja con su pareja

Marilú acaparó todos los ojos masculinos apenas subió al bus. Hubo dos que se levantaron en el acto para ofrecerle el puesto, pero unas ...
  • lunes 14 de enero de 2013 - 12:00 AM

Marilú acaparó todos los ojos masculinos apenas subió al bus. Hubo dos que se levantaron en el acto para ofrecerle el puesto, pero unas más avanzaditas en edad fingieron no darse cuenta que la atención no era con ellas y se sentaron antes de que la hermosa pusiera su trasero en el asiento. Los dos hombres las miraron con ojos asesinos, pero prevaleció la caballerosidad y todo se quedó en miradas cargadas de furia. Todo este operativo lo miraba Cristian, el menos agraciado de los 30 machos de la familia, a quien las tías ponían de ejemplo cuando querían dar una referencia de hombre feo: Es feíto, más o menos como Cristian, decían como si tal cosa. Y con ese complejo creció el pelao, siempre le tocaba la novia menos bonita y la que ya había dado el paso. Por eso permanecía soltero y en espera de esa mujer con la que todos sueñan: Bonita, buen cuerpo, bien dotada y que trabaje y gane bien.

También él iba atento a lo que acontecía en torno a la bella mujer, por lo que paró el oído para escuchar lo que ella hablaba a través del celular. Fue así como supo que se llamaba Marilú. Antes de bajarse la oyó llamar a alguien por una reparación de una lavadora y grabó fielmente el número que ella le dio al técnico. Y la llamó más tarde. ‘¿Quién es usted y cómo tiene mi número?’, decía Marilú sorprendida.

‘Hablamos anteayer en una parada, ¿no te acuerdas que me diste el número para que te llamara?’, contestó Cristian y se llenó de valor para pedirle que se vieran esa tarde.

Marilú lo pensó largo rato, porque por más que hurgaba la registradora no encontraba ese episodio.

‘Perdóneme, pero voy a cerrar porque no recuerdo haberlo conocido’, dijo y cerró, pero Cristian marcó otra vez y con mejor suerte porque ella, apenas oyó que tenía carro, dijo que sí y convinieron hora y lugar de reunión.

El negocio de carros de alquiler salvó a Cristian, pero enseguida le vino otro problema: él no sabía manejar. Se le ocurrió entonces, como la necesidad es la fuente de todas las invenciones del hombre, contratar un chofer y hacerse el rico, lo que, según su parecer, impresionaría a Marilú.

‘¿Usted es Cristian?’, le dijo ella apenas lo vio.

‘Yo soy Cristian’, dijo Cristian sin dejar de sonreír, contrario a Marilú, quien puso una cara de decepción profunda y de mal talante le pidió que le dijera con pelos y señales cuándo, dónde y cómo le había dado ella su nombre y número.

Cristian soltó una retahíla de explicaciones que no convencieron a Marilú, quien se negó a entrar con él a un restaurante. ‘Pero, ¿de verdad usted es Cristian?’, le preguntó otra vez.

La respuesta afirmativa de él animó a Marilú a darle el zarpazo: ‘Sabe qué, aquí pasa algo raro, yo dudo, es más, no dudo, estoy segura de que jamás le he dado mi número, yo soy muy selectiva a la hora de escoger a quién le doy mi número. Usted no está en ese grupo, disculpe’, dijo e hizo ademán de irse, por lo que Cristian se molestó y violentamente la agarró por el brazo para tratar de retenerla.

Los gritos de ella atrajeron a la gente. Muchos empezaron a hacer llamadas para que vinieran los policías a atender el caso del hombre que trataba de golpear a una dama. Cristian, al ver que habría problemas, intentó irse en su carro alquilado, pero algunos bravucones, dizque paladines de la bella, empezaron a perseguirlo, tan de cerca que el chofer chocó el carro alquilado, lo que puso fin a la persecución, los otros, asustados por el hecho, se fueron enseguida, de manera que solo Cristian se comprometió con los dueños de la cerca, quienes querían un billetón por el daño. Regresó a su casa solo y con el cuentón del carro chocado y de la cerca, convencido de que Marilú lo despreció porque era feo.