Bonos hurtados

Eugenio llevaba tres semanas consecutivas de mucha felicidad por la seguidilla de lunes libres que no se ve en ningún punto del planeta
  • viernes 13 de enero de 2017 - 12:00 AM

Eugenio llevaba tres semanas consecutivas de mucha felicidad por la seguidilla de lunes libres que no se ve en ningún punto del planeta. Le costó un mundo levantarse esa mañana posterior a las fechas libres, tras varias sacudidas de Teonilda, su mujer, quien lo reprendió duramente por la flojera y lo amenazó, en caso de quedarse, con ir al trabajo de él a decirle al jefe que no le creyeran excusas de enfermedad ni propia ni de algún familiar. Eugenio se llenó de miedo y se levantó deseando vivamente que ya fuera la hora de volver al hogar para tirarse a la cama a dormir y dormir.

Sorprendió a muchos vecinos que ya estaban en la parada y a quienes la noche anterior les había dicho que ‘se cogería el día siguiente para descansar'. Al verlo con su uniforme de trabajo, algunos le recordaron lo dicho el día anterior, pero Eugenio les explicó ‘no pretendía levantarme, pero mi mujer formó un alboroto y hasta me amenazó con ir a mi trabajo a decirle la verdad a mi jefe, y como ella es loca yo le tengo miedo, prefiero tenerla de amiga que de enemiga'.

Subió a su pirata y su conciencia no le avisó del cataclismo conyugal que se avecinaba, y que comenzó diez minutos después en su hogar, donde Teonilda descubrió que no estaban en su cartera los diez bonos que le habían regalado por Navidad y que ella dejó en reserva para pasar los difíciles días que sobrevienen a los despilfarros de las fiestas decembrinas. Fue en vano virar los bolsillos de su cartera, e igual pasó en todos los sitios donde buscó. ‘No hay nada aquí, acá tampoco, esos bonos tienen que aparecer porque ellos no caminan, y si no aparecen es porque aquí hay un ladrón', repetía Teonilda, quien, cuando se cansó de peinar la casa, y no hallar los bonos, llamó a Eugenio y lo increpó duramente: ‘Seguro que fue tu hijo mayor que aprovechó que yo me dormí temprano el día de Nochevieja, y me los sacó de la cartera. Es un ladrón, tu hijo es un ladrón'. A Eugenio se le acabó el sopor producto de los tres lunes libres y quedó eléctrico, con una preocupación mayor que sus fuerzas, no podía ni estar sentado. Si sonaba su celular quedaba temblando y no podía contestar. Cuando oyó que sonaba insistentemente el teléfono fijo de la empresa, rogó que no contestaran, y las chicas de recepción, más por pereza que por otra cosa, lo complacieron.

Pero nadie puedo impedir el ingreso de Teonilda iracunda a las oficinas en busca de Eugenio. Ya había visitado al hijastro, cuya mujer, brava entre las bravas, la paró enseguida y la ubicó: ‘Mi marido no es ningún ladrón ni yo una loca para malbaratar plata y quedarme sin comida en enero, busque en su casa, pregúntele por esos bonos a ese que duerme con usted todas las noches'.

A la esposa embellacada no le valieron la fuerza ni la advertencia del seguridad, entró como Pedro y fue directo a la oficina de Eugenio, a quien levantó por la corbata recién estrenada y lo puso contra la pared. ‘A quién le diste mis bonos', preguntó y le puso sus manos de mujer trabajadora en el cuello. Y empezó a apretar. Eugenio viró los ojos, los puso en blanco, se le salió un gas y dijo en un murmullo: A tu sobrina Santita. Las manos empezaron a aflojar y luego de abofetearlo hasta el cansancio lo dejó en paz y cogió para la casa de Santita, donde dio y le dieron puñete. Cuando vio que eran muchas en contra de ella, agarró un picahielo y con este en la derecha recogió todos los víveres que había en la despensa de la casa de la amante de su marido.

‘Aquí no vuelves a entrar', le dijo a Eugenio que al atardecer regresó con la esperanza de que lo recibieran pese a haber hurtado los bonos de su mujer y habérselos dado a la amante.

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