Asueto conyugal

Matilde estaba ansiosa por comer camarones
  • jueves 10 de mayo de 2018 - 12:00 AM

En uno de esos centros comerciales estaba Germán, quien disfrutaba de un asueto conyugal largo tiempo deseado. Su mujer, Matilde, estaba de vacaciones y se había ido a pasar unos días con sus padres El Chirriscazo; la brisita matrimonial se la pese a las advertencias de las vecinas: ‘Usted se atreve, Matilde, a dejarlo solo tantos días, no se coja ese chance tan grande, cuidado con una cosa, no se arriesgue, mire que hay muchas brujas por ahí que nada más andan a la caza de cualquier solitario para echarle mano, no se confíe'.

Pero Matilde estaba ansiosa por comer camarones de agua dulce en salsa de achote y arroz nuevo, así que trazó en el aire el signo secular y se fue, dejando a Germán a sus anchas, y confiada ella en que las vecinas estarían ojo al Cristo con una libreta de cuadritos que ella les compró para anotar la hora de entrada y salida del susodicho, incluso hasta un detalle de la ropa y bolsas u otros accesorios que le vieran al hombre, rogándoles encarecidamente que pararan la nariz por si aquel salía perfumado.

‘Son 19 años juntos, Germán, 19 años con muchos años felices, casa, carro y muchos polvos buenos, así que ¡¡¡¡NADA DE DESORDEN!!!!', le dijo Matilde al marido cuando este la dejó en la terminal de transporte terrestre.

Una semana después, en el interior, estaba la bella Matilde echada en una hamaca escuchando todos los chismes del pueblo cuando oyó el pitito de la desgracia. Nuevamente, la inmediatez de las últimas formas de comunicación mandaron al carajo su tranquilidad.

‘Acabo de ver a Germán en un centro comercial', le escribieron. El chat prendió la imaginación de la mujer que manifestó su extrañeza, porque Germán no era hombre de andar por esos lugares.

‘Síganlo con los ojos atentos a los paquetes que lleva', les ordenó. ‘Pero si no lleva nada', le dijeron, y eso la tranquilizó momentáneamente, pero se quedó con la piquiña en el alma, y lo llamó.

Varias veces intentó comunicarse con él, pero el aparatito sonaba apagado. De inmediato se comunicó con la amiga informante y le pidió que peinara todo el centro comercial hasta encontrar a Germán, ya que se le había ocurrido a ella que era probable que estaba ahí para encontrarse con alguna mujer y llevarla de compras. ‘No creo, son suposiciones tuyas, pero te voy a complacer', dijo la amiga de los crueles ojos, y se puso a caminar por toda el área en busca del hombre que ponía a suspirar a su amiga Matilde.

Lo halló casi dos horas después. ‘Acabo de verlo, anda solo, pero ahora lleva un paquete que parece contener una caja de zapatos femeninos', le escribió la amiga a Matilde, quien no pudo más con la agonía y se puso en camino a la capital. Llegó casi a medianoche. Halló a su marido dormido y, contrario a otras veces, en que tras unos días de ausencia, ella llegaba dispuesta a violarlo si era necesario, esta vez no lo despertó. Empezó una revisión exhaustiva por toda la casa en busca de la caja de zapatos, porque en su alma de mujer enamorada conservaba la esperanza remota de que aquel hubiera salido a comprarse un par de zapatos para cambiar el único par que tenía. No hallaba nada, así que se fue directo a la ropa sucia, olió todo, desde las medias hasta la ropa interior en busca de un indicio de la otra o de los zapatos. Nada. Vio la cartera sobre la mesita de noche y buscó. Allí estaba la prueba del delito en un inocente recibo de almacén: zapatos de tacón alto # 11 color azul navy: $87. 99.

De terremoto fue el halón que le dio. Germán pasó del dulce sueño al terror y no pudo salir del atolladero de preguntas que le disparaba su mujer para saber el porqué de la compra.

Se enredó y contradijo varias veces: ‘no sé quién metió ese recibo en mi cartera, mío no es', pero colapsó cuando dijo que eran para su mamá: una doñita de pie diminuto que solo usaba chancletas. .

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