Aquí no hay ningún matón
- domingo 09 de marzo de 2014 - 12:00 AM
Joaquín, luciendo como siempre sus prendas de oro, se metía entre la gente voceando: ‘Toallitas baratas para que ningún inquilino nasal lo ponga en vergüenza. No asuste a la bella y cepille sus dientes, tres por un dólar. Afeite esa barba que lo pone más viejo’, gritaba mientras transitaba entre los muchos que iban y venían por las calles cercanas al mercado del pueblo del fallecido poeta Changmarín.
Pero cuando veía a cualquier varón con aspecto de sesentón se acercaba con disimulo y en voz baja comerciaba sus polvos mágicos para la impotencia.
Apenas notaba a algún interesado sacaba de su bolsa de buhonero unos sobres con un polvo rosado que tenían el poder de devolverle la vitalidad masculina hasta al más desgastado por los años y el uso.‘Disuelva dos cucharadas en medio vaso de agua tibia. Y verá que no habrá quien lo aguante, amigo.
Usted mismo decidirá cuántas veces, cómo y con quién’, les decía sonreído mientras les contaba una anécdota de los clientes mayuyones que ya habían probado el producto.La venta de un frasco del polvo era suficiente para dejar el trabajo hasta por unos meses.
Ya había perdido la cuenta y los rostros de sus numerosos clientes del ‘producto de la felicidad’, como lo llamaba él, cuando regresó a la tierra del consagrado poeta.Estaba en una esquina anunciando su mercancía, cuando vio que un hombre sesentón lo miraba con interés y le hacía señas a tres más jóvenes que lo acompañaban.
Nunca supo por qué, pero sintió un escalofrío y se acercó a comprar frituras. Iba a pagarlas cuando una mano pesada se posó sobre su nuca.‘Lo espero a la salida’, le dijo alguien.
Hizo un esfuerzo mental severo para reconocer quién le había hablado, pero no pudo. Miró a todos lados y silencioso trató de caminar entre el gentío para salir por la parte trasera.
Llevaba su bolsa de chécheres y parecía un ciudadano inofensivo.Ya casi alcanzaba la salida cuando otra vez la mano sobre su nuca y otra voz: ‘Te estamos esperando en la salida’. Joaquín quiso gritar pidiendo auxilio, pero sus muchas tracalerías le vinieron a la mente indicándole que no era prudente.Repentinamente, un hombre se le paró al lado y le pasó algo de fuerte olor sobre la nariz.
Casi enseguida lo tomó del brazo. Un conocido lo saludó, pero Joaquín iba tan mareado que el muchacho contestó: ‘Se siente mal mi pobre abuelito ’.Fue casi una hora después, cuando despertó en un lugar desconocido, que supo de qué se trataba.
Apenas vio al cliente lo recordó: un individuo con aspecto enfermizo y calvo, que en tres ocasiones le había comprado los polvos mágicos.‘No me maten por favor’, gritó Joaquín en cuanto vio que de un cuarto salían tres hombres más.
Todos lo miraron con indiferencia y uno le dijo: ‘Aquí no hay ningún matón, lo que sí hay es un par de golosos con ganas de tirarse a un embustero como tú, que desplumaste a mi abuelo con tus falsos polvos mágicos’.Joaquín sintió terror pensando en que sería violado. Miró a todos lados y solo vio monte. Aún así se levantó dispuesto a tirar piernas y ponerse a salvo.
Llevaba rato corriendo, perseguido por los nietos del cliente estafado, cuando tuvo que parar porque estaba frente a un río crecido cuyas aguas turbulentas le causaron tanto temor que se arrodilló a pedir clemencia.Despertó casi al anochecer, solo, semidesnudo, descalzo, sin mercancía y sin prendas y con mucho dolor.