‘Ante la duda, por la más tetuda’

Cuando don Régulo se cansó de comer en restaurantes, decidió casarse, y como tenía tres candidatas hizo caso del refrán ‘Ante la duda, p...
  • miércoles 21 de diciembre de 2011 - 12:00 AM

Cuando don Régulo se cansó de comer en restaurantes, decidió casarse, y como tenía tres candidatas hizo caso del refrán ‘Ante la duda, por la más tetuda’. Por eso eligió a Laika, que tenía unos senos majestuosos, firmes y erguidos con un pezón que sobresalía hasta en las ropas más gruesas. Laika, además de este atributo, tenía el don de un vientre voraz que no le perdonaba ni un día al calendario, ella no cerraba el año con un faltante: 365 coitos al año, y uno más si el año era bisiesto. Pero este año, por razones de edad o por las cervecitas que a diario se topaban con don Régulo, ya este tenía varios días que no podía levantar los dieciocho centímetros que la generosa natura le había regalado. Esa noche llegó del trabajo silbando porque traía un pavo y un jamón, regalo de la empresa. Por chistear le dijo a la tetona Laika: ‘Guarda esa vaina en la refri no se vaya a levantar el pavo y a irse a la calle’.

‘Prefiero que se levante el otro que lleva varios días caído’, le dijo ella muy seria, y añadió: ‘y que se levante antes de Navidad o aquí se va a formar un trepaquesube más grande que los saqueos posteriores a la invasión’.

Don Régulo se sintió tan avergonzado que se metió al baño a masajearse para ver si lograba aunque fuera una erección de un cuarto de hora, para calmar la angustia de su mujer, pero se dio por vencido dos horas después y se entregó al sueño, indiferente a los sollozos de Laika que se acariciaba los suculentos senos mientras en voz alta le pedía a la diosa Afrodita que le devolviera la virilidad a su marido lo más pronto posible. Se despertó antes del alba porque Laika lo sacudía fuertemente y le gritaba ‘Ya es hora de que se pare’.

Antes de las siete de la mañana y bajo un paraguas enorme salió con rumbo desconocido, adonde lo llevara su buena estrella, en busca de un remedio para su mal. En el Mercadito de Calidonia, una hierbera le recomendó té de pino y sopa bien concentrada de pescados variados. Llegó a su casa con un arbolito grande y con un tanque lleno de pescado. Su mujer, en cuanto vio los peces gritó: ‘Para qué traes más muertos, suficiente con el muerto que ya tenemos en la casa’. Pero don Régulo no le hizo caso. Esa noche, antes de acostarse se tomó tres tazas del té de pino y se metió contento a la cama, pero la noche se le fue en vela esperando ‘el levantamiento de sus 18 centímetros’. La mañana transcurrió lenta, como en espera. Vino la tarde, la noche y de vuelta las tres tazas de té. Amaneció nuevamente y la espera continuaba. Ese mediodía, Laika no le habló durante el almuerzo ni en el resto del día. Don Régulo sentía que el mundo se desencuadernaba, pero se acostó callado y por costumbre puso su brazo derecho sobre el monumental busto de Laika, que lanzó un manotazo rabioso que golpeó, sin querer, el falo dormido, que reaccionó también con violencia y se levantó dispuesto a cobrarse el golpe.

Terminaron la tiradera casi al amanecer. La briosa Laika se durmió feliz convencida de que ‘hay don Régulo para rato’.

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