- sábado 19 de marzo de 2022 - 12:00 AM
Juvenal era un hombre campechano, hogareño, padre de cuatro come arroz y esposo de Petra. No le sacaba cuerpo al trabajo y es que no podía, porque era el único proveedor en el hogar, porque su mujer se dedicaba tiempo completo a atender al hogar, debido a que los muchachos eran aún muy pequeños.
Desde muy niño su papá Eustaquio le enseño hacer de todo, desde lustrar zapato hasta abrir un hueco en la pared. En el Nance todo el mundo lo buscaba cuando requerían realizar labores de reparación en el hogar.
De esa forma se ganaba la vida y diariamente llevaba el afrecho a la casa. Cuando la familia López lo solicitaba para trabajos de jardinería él iba raudo y veloz, dejaba lo que estuviera haciendo y se dirigía tempranito a esa casa. ¿Pero qué era lo que atraía a Juvenal estar en esa casa? En la residencia de la familia López vivía Julia, una joven de 23 años que cursaba el tercer año de periodismo. Era alta, rubia, de ojos verdes y piel blanca como la nieve. A Juvenal de 35 años, siempre lo atrajo la jovencita por su belleza, dulzura y humildad, pero era consciente que ella jamás se fijaría en él un hombre pobre, sin educación básica, sin dinero y padre de cuatro chiquillos.
Él solo la contemplaba cuando se metía en la piscina en la casa que habían comprado sus padres en el pueblo, la cual casi todas las semanas ocupaban con amigos que invitaban de la capital. Para él era un deleite mirarla en tanga con las nalgas afuera y a sus amigas, pero sobre todo a ella.
Juvenal, se escondía entre los arbustos y se quedaba casi 30 minutos mirando y frotaba sus partes íntimas, hasta mojarse los pantalones. Ellas jamás sospecharon que alguien las observaba.
Pasaron tres meses sin que Juvenal recibiera llamada de la familia López. Un día después de ir a misa le preguntó a su compadre Pedro qué sabía de ellos y entonces fue cuando se enteró que Julia había enfermado de gravedad, a causa de una extraña enfermedad que le provocaba convulsiones casi todo el día. La chica fue atendida por los mejores especialistas del país y hasta del extranjero, pero de nada sirvió porque a los seis meses falleció.
Los actos fúnebres se organizaron en el pueblo e, igualmente, la sepultura debido a que Julia había crecido en ese lugar y fue la voluntad de sus padres, ya que pasaban la mayor cantidad del tiempo en el campo. La familia López de inmediato ordenó sembrar flores alrededor de la tumba y esperar a que se aplanara la tierra para mandar hacer una hermosa lápida.
Para mantener el área de la tumba limpia y vigilar el crecimiento de las flores contrataron los servicios de Juvenal, que de inmediato dijo sí.
No habían pasado dos días de los actos funerarios y Juvenal no se apartaba del cementerio. Al día siguiente en la noche, como a las 10 de la noche, lo vieron pasar con algo envuelto en periódico con dirección al cementerio. Los hermanos, Ernesto y Pablo lo siguieron sin que él sospechara. No podían creer lo que veían por el ornamental del cementerio: Juvenal había cavado la tumba y abierto el ataúd y trataba de abusar sexualmente del cuerpo de Julia. Los hermanos corrieron a velocidad, alertaron al corregidor, a la familia López, que de inmediato salieron con antorchas rumbo al cementerio, donde ya Juvenal había consumado su delito. En el preciso momento en que se ajustaba el pantalón y cerraba el ataúd le cayó el pueblo en pandilla y casi lo linchan.
Después de darle una tremenda paliza que lo dejó inconsciente, lo ataron de pies y mano y lo amarraron en el palo ‘ensebado', ubicado en el parque cerca de la iglesia. Al día siguiente y en frente de su mujer e hijos fue esposado y entregado a las autoridades con cargos de necrofilia, por perversión o desviación sexual. La familia López exhumó el cuerpo de Julia y la sepultaron con una cubierta de acero, en un área vigilada con cámaras desde su residencia, en la ciudad capital.