Sin miedo y sin culpas

  • martes 09 de diciembre de 2025 - 12:00 AM

Hay matrimonios que no mueren de un día para otro: se van apagando en silencios largos, en conversaciones que ya no dicen nada, en rutinas donde la distancia pesa más que la compañía. Cuando una relación llega a ese punto en que ambos sienten que “ya no queda nada”, todavía queda una pregunta clave por responder: ¿de verdad está todo perdido o solo están exhaustos? Le respondo a una amiga que me hizo la consulta y de paso le sirve a muchas personas que están pasando por la misma situación.

Lo primero es hacer una pausa honesta. No esa pausa llena de berrinches, ni la pausa muda donde cada uno se encierra en su teléfono para no hablar. Una pausa real. Respirar, apartarse un poco del ruido y preguntarse: ¿Qué quiero yo? ¿Qué quiero para esta familia? ¿Estoy peleando por amor o por costumbre?

Ninguna pareja avanza si sus integrantes no se sinceran primero consigo mismos.

El segundo paso es conversar sin el veneno que ha ido acumulando la relación. No se trata de sacar un inventario de heridas, sino de hablar desde lo que sienten hoy. Con calma. Con la verdad. Sin el “tú siempre” o el “tú nunca” que solo sirven para volver a comenzar la guerra. A veces una relación no se resquebraja por falta de amor, sino porque llevan meses —o años— hablando desde la defensa, no desde el deseo de arreglar las cosas.

Si después de esa conversación ambos aceptan que todavía quieren intentarlo, viene el trabajo duro: reconstruir. Y reconstruir no es volver a lo de antes, sino crear algo nuevo con las lecciones aprendidas. Implica cambiar hábitos, asumir responsabilidades y aceptar que el amor no se sostiene solo con ganas. Hay que comprometerse con la presencia diaria: un detalle, un mensaje, un gesto que diga “sigo aquí”.

Pero también hay que ser valientes si la respuesta es otra: si uno de los dos ya no quiere, si el desgaste es irreversible, si quedarse duele más que partir. Terminar un matrimonio no es fracasar; fracasar es vivir atrapados en una relación donde ninguno puede crecer. A veces el acto más honesto —y más amoroso— es permitir que cada quien siga su camino.

Como le dije a la amiga que me hizo la consulta, el mejor consejo para un matrimonio que está dando las últimas es este:

Encuentren su verdad, sin miedo y sin culpas. Si la decisión es quedarse, háganlo con compromiso. Si es irse, háganlo con dignidad.

Lo que no se vale es seguir sufriendo por inercia. Porque nadie merece un amor que solo existe por costumbre.