Amor maduro, piel encendida: cómo seguir eligiéndose después de 40 años

  • sábado 21 de junio de 2025 - 11:00 PM

Después de 30 o 40 años de matrimonio, uno ya sabe de memoria cómo ronca el otro, cuántas veces se levanta al baño por la noche y qué cara pone cuando finge que está escuchando. Y aun así, ahí siguen juntos.

Eso no es suerte, es amor del bueno. Del que se cocina a fuego lento, con paciencia, y a veces con tapones para los oídos. Pero ojo: que haya costumbre no significa que se haya apagado la llama. El amor sigue vivo, solo que ahora se acuesta más temprano y necesita anteojos para leer.

Hablar, aunque sea entre bostezo y bostezo, sigue siendo clave. No se vale pasar días sin decirse nada más que ¿Ya comiste?, o “apaga la luz”.

Contarse lo que sienten, lo que sueñan (aunque sea una siesta tranquila), lo que les molesta o les hace reír, mantiene esa conexión que ni el tiempo ni las canas pueden romper. Y si la charla viene con café o pancito casero, mejor.

La rutina puede ser cómoda, sí, pero también un poquito asesina del romance. Así que cada tanto hay que hacer algo distinto. No hace falta saltar en paracaídas, pero sí salirse de la costumbre: una cena sin tele, una escapada de fin de semana, bailar en la cocina aunque haya olor a guiso.

La idea es que no se les oxide el alma de pareja. Reírse juntos, aunque sea de lo ridículos que se ven bailando, ya es un buen inicio. El cariño no se negocia. Un abrazo apretado, un beso robado, una caricia en el hombro cuando pasa por al lado.

A esta altura ya no es cuestión de fuego artificial, pero sí de mantener el calorcito. El cuerpo cambia, claro, pero el deseo se reinventa. Y si todavía se buscan con los ojos, aunque sea para ver si el otro trajo galletitas, es buena señal.

Tampoco hay que olvidarse de algo clave: seguir valorándose. Después de tantos años, que te sigan diciendo “qué linda te ves hoy” o “cómo me haces reír”, es como vitamina para el alma. No hay que dar al otro por sentado.

Recordarse que se admiran, que se agradecen mutuamente y que, con todo lo vivido, siguen siendo un gran equipo. Eso mantiene el corazón latiendo.

El amor largo no se sostiene solo con recuerdos, sino con ganas. Con humor para reírse de los achaques, con ternura para aguantarse las mañas y con intención para no perder de vista por qué empezaron. Si después de tantos años se siguen eligiendo, incluso con pijama vieja y medias de dormir, entonces eso ya no es amor: es arte.