- domingo 13 de julio de 2025 - 12:00 AM
Un almuerzo familiar se convirtió en uno de los crímenes más impactantes y mediáticos de los últimos años. Erin Patterson, de 50 años, fue condenada por el asesinato de tres familiares y el intento de asesinato de un cuarto, tras servirles un pastel con hongos.
El 29 de julio de 2023, Patterson cocinó un almuerzo en su casa al que asistieron sus exsuegros, Don y Gail Patterson, la tía de su exesposo, Heather Wilkinson, y su esposo, el pastor Ian Wilkinson. Todos consumieron una versión casera del tradicional beef, que —según la fiscalía— contenía Amanita phalloides, conocidos como “hongos de la muerte”.
En las horas siguientes, los invitados comenzaron a sufrir vómitos severos, diarrea y síntomas de insuficiencia hepática. Tres de ellos murieron en los días siguientes; el cuarto, Ian Wilkinson, sobrevivió tras someterse a un trasplante de hígado, informaron los medios.
Patterson, por su parte, aseguró haber tenido síntomas gastrointestinales leves. No fue hospitalizada, pero llamó la atención de la policía cuando se deshizo del deshidratador de alimentos donde, según la investigación, secó los hongos letales.
Las autoridades forenses confirmaron que las víctimas ingirieron α‑amanitina, una toxina extremadamente letal que no se destruye al cocinar. Una pequeña cantidad puede ser suficiente para causar la muerte. Los análisis revelaron la presencia de esta toxina tanto en los cuerpos de las víctimas como en restos del alimento preparado.
La fiscalía argumentó que Patterson habría recolectado los hongos en zonas rurales cercanas tras buscar ubicaciones específicas en una app, una plataforma de ciencia ciudadana que permite identificar especies en la naturaleza. Se presentó evidencia digital que mostraba visitas a esas zonas meses antes del crimen.
Además, la conducta de Patterson tras el almuerzo —incluyendo la eliminación de evidencia y contradicciones en sus declaraciones— fortaleció la hipótesis de que se trató de un acto premeditado. A pesar de alegar que los hongos fueron incluidos por error, también mintió al afirmar que estaba enferma de cáncer para evitar ciertas confrontaciones familiares.
El juicio comenzó el 29 de abril de 2025 en el Tribunal Supremo. Más de 50 testigos declararon a lo largo de diez semanas. La fiscalía la acusó de actuar con intención y manipular las circunstancias para envenenar deliberadamente a sus invitados. Uno de los elementos más comprometedores fue la existencia de un plato separado para ella, lo que sugería que Erin evitó ingerir los hongos que sí consumieron los demás.
El 7 de julio, el jurado emitió un veredicto unánime: culpable de tres cargos de asesinato y uno de intento de asesinato. Se espera que cumpla cadena perpetua, aunque tiene derecho a apelar.
El caso capturó la atención de medios nacionales e internacionales, convirtiéndose en uno de los más comentados en la historia criminal reciente del país. Y la pequeña comunidad, escenario de la tragedia, pasó a estar bajo los reflectores, atrayendo no solo a periodistas sino también a turistas curiosos.
El fenómeno fue tal que se disparó el llamado “turismo oscuro”: personas viajando a la zona para ver el lugar del crimen o fotografiar el tribunal. Este auge inesperado generó divisiones en la comunidad. Algunos vieron una oportunidad económica, mientras otros denunciaron la “mercantilización del dolor ajeno”. La región se convirtió en objeto de estudio para sociólogos y expertos en ética del turismo.
Más allá del impacto mediático, el caso planteó un debate en la comunidad científica. Varias plataformas de identificación de flora, como iNaturalist y Fungimap, reconsideraron su política de publicación de ubicaciones precisas de especies peligrosas. Aunque los datos abiertos son clave para la investigación y conservación, existe preocupación por el uso malicioso de la información.
El caso también subraya la necesidad de una mayor alfabetización micológica en Australia. La Amanita phalloides es responsable de más del 90% de las muertes por hongos en el mundo, y crece fácilmente en jardines y zonas suburbanas. A pesar de su aspecto inofensivo —blanco, brillante y similar a hongos comestibles—, es extremadamente tóxica.
El caso de Erin Patterson revela la fragilidad de los lazos familiares en esa zona, de la tensión entre verdad y apariencia. También deja una pregunta abierta: ¿cómo gestionamos como sociedad el sufrimiento de nuestros semejantes?