El sacerdote asesino: John Feit violó y mató a una feligrés e intentó abusar de otra joven
- domingo 11 de agosto de 2024 - 11:03 AM
El escena era la ciudad fronteriza de McAllen, Texas, en 1960, población México-estadounidense. Una de estas personas era la radiante reina de belleza Irene Garza, de 25 años, graduada de la universidad.
Aquel Sábado Santo lloviznaba, Irene Garza lucia impecable, se dirigía a misa a la iglesia del Sagrado Corazón en McAllen, en el estado de Texas, Estados Unidos, ahí había nacido y pasado toda su vida.
Cómo fiel creyente de la fe cristiana le pareció un día apropiado para confesarse luego de escuchar misa. Ese día 16 de abril de 1960 desapareció con un sacerdote de aquella iglesia.
Irene nació el 15 de noviembre de 1934, sus padres tenían una tintorería, además de otra hija llamada Josie.
En 1958, por su extraordinaria belleza a sus 23 años, fue elegida Señorita Sur de Texas. Se desempeñaba como maestra de segundo grado y a veces usaba su salario para comprar cosas que los niños necesitaban y no podían pagar. Le gustaba ir a misa y comulgaba casi todos los días, era miembro de un grupo católico llamado La Legión de María.
Irene aún a sus 25 años vivía con sus padres, aquel día de Semana Santa les dijo que iría a misa vespertina y también se confesara, a ellos les pareció algo normal.
Fue vista por última vez por varios feligreses alrededor de las 7:00 PM. Cuando llegó la noche e Irene no volvió a casa , sus padres pensaron que se había quedado para la Vigilia Pascual. Pero fue a las tres de la madrugada cuando vieron que no había regresado que se preocuparon. Entonces se dirigieron a la comisaría para reportar su desaparición. Esa misma mañana se inició una intensa búsqueda a lo largo del Valle de Río Grande.
El último en ver con vida a la bellísima maestra del colegio estaba a la vista de todos: era el sacerdote John Bernard Feit, de 27 años. Pero el dijo no saber nada de ella.
Decenas de voluntarios se sumaron a la búsqueda oficial. Después de varios días, lo primero que encontraron en un terreno, fue su carterita negra tirada en el suelo. Poco después, al costado del camino, encontraron un zapato blanco de taco. Era de Irene.
Cinco días después, todos los temores se confirmaron. El cuerpo de Irene fue hallado en el cauce de un canal de irrigación por un hombre llamado W. Arnold: “primero pensé que era un saco flotando, luego me di cuenta de que era el cadáver de una joven”, dijo a la policía.
Su cuerpo tenía la ropa puesta.
Los detectives notaron enseguida que la blusa que llevaba Irene estaba desabrochada y que, debajo de su pollera, faltaba su ropa interior. Era un dato más que sugestivo.
La autopista reveló que la víctima había sido golpeada con un objeto afilado, abusada sexualmente antes de morir y murió por sofocación.
Dos semanas después los investigadores dragaron el canal y hallaron en el lecho del río, cerca de donde habían encontrado el cuerpo, un aparato verde. Era un visor de diapositivas. La policía pensó que podría estar conectado con el caso. Buscando la ayuda del público le brindaron la foto a la prensa para que la publicará. Dos días después recibieron una nota manuscrita del sacerdote John Feit donde admitía ser el dueño del aparato.
El presbítero fue interrogado en varias ocasiones y dio diferentes versiones sobre aquella noche, siempre negando tener algo que ver con el crimen. La primera vez aseguró que ni siquiera la había confesado. Luego, cambio de idea y aceptó que si lo había hecho, pero no había sido en el confesionario.
El padre O’Brien, que trabajaba en esa iglesia, indico que había observado en Feit varias heridas y arañazos luego de la noche en la que Irene desapareció.
El las fotos policiales también se observaban esas líneas de sangre en sus manos. Cuándo se hicieron notar, el joven cura aseguró que se las había hecho unos días atrás, cuando se había quedado fuera de la residencia y tuvo que trepar el cerco y la pared para acceder hasta el segundo piso del edificio. Sin embargo, algunos se dieron cuenta que eso no explicaba los rayones.
El clérigo admitió haberla confesado en la rectoría, pero se mantuvo firme en que no sabía nada más.
El jefe de policía local, Clint Mussey, le dijo a la prensa : “simplemente no tenemos ninguna pista convincente en este momento”.