El hijo que mató a toda su familia con un hacha en lujosa residencia

Durante el juicio, ni una lÁgrima, ni una palabra de arrepentimiento.
  • domingo 29 de junio de 2025 - 12:00 AM

El olor a café aún flotaba en el aire cuando los cuerpos fueron encontrados. Era la mañana del 27 de enero de 2015. En una lujosa residencia, tres miembros de una familia aparecieron brutalmente asesinados a hachazos. El principal testigo del crimen estaba en la misma casa. También tenía manchas de sangre en la ropa. Era el hijo menor.

Tenía apenas 20 años, era parte de una familia acomodada. Su padre, Martín, era un empresario exitoso; su madre, Teresa, una mujer dedicada a la familia. Tenía dos hermanos: Rudi, de 22 años, que estudiaba ingeniería, y Marli, de 16, la menor, alegre y brillante. Vivían rodeados de jardines, campos de golf y vigilancia privada. Todo parecía perfecto. Hasta esa noche.

La llamada de auxilio al número de emergencias llegó más de tres horas después del crimen. Henri, el hijo, habló con voz temblorosa, dijo que un hombre con pasamontañas había entrado a la casa y los había atacado con un hacha. Aseguró que él había luchado con el intruso y que de milagro estaba vivo. Cuando los paramédicos y la policía llegaron encontraron un escenario espeluznante.

El padre, la madre y el hermano mayor estaban muertos. La hermana menor, Marli, tenía el cráneo fracturado, cortes profundos en el cuello y apenas respiraba. Fue llevada de urgencia al hospital. Henri, en cambio, apenas tenía unos rasguños en el abdomen. Estaba vestido con pantalones cortos blancos manchados de sangre. Dijo que no recordaba mucho, que todo había pasado muy rápido.

Pero la policía no tardó en sospechar. No había señales de entrada forzada. Las cámaras de seguridad del residencial no mostraban a ningún intruso. Y algo más: Henri había llamado primero a su novia... y mucho después a la ambulancia.

Las sospechas

Con el paso de los días, el relato del intruso comenzó a desmoronarse. El hacha y un cuchillo, usados en la masacre pertenecían a la casa. La sangre en las ropas de Henri correspondía a las víctimas. Además, los peritos forenses encontraron rastros que sugerían que el atacante no era un extraño.

Henri no fue arrestado de inmediato. Estuvo libre durante un año y medio. Durante ese tiempo vivió con familiares y mantuvo una vida casi normal. Sin embargo, en junio de 2016 se entregó a las autoridades y fue acusado de tres homicidios, un intento de homicidio y obstrucción de justicia.

El juicio comenzó en 2017 y duró casi un año. El juez Siraj Desai escuchó todos los testimonios. La fiscalía pintó a Henri como un joven con una vida cómoda, pero con un temperamento oscuro, posible adicción a drogas y resentimientos familiares.

Se expusieron detalles macabros. Los padres fueron atacados mientras dormían. Rudi, el hermano mayor, fue golpeado mientras intentaba defenderse. A Marli le fracturaron el cráneo, pero sobrevivió milagrosamente. Por su estado, no pudo declarar en el juicio: tenía amnesia y no recordaba nada de esa noche.

Henri, vestido con traje oscuro y peinado impecable, se sentó día tras día en la sala. Siguió sosteniendo que fue un ataque externo. Pero los indicios eran demasiados. El juez concluyó que había planeado el crimen, que usó fuerza brutal y que luego fingió ser víctima.

En mayo de 2018, Henri fue declarado culpable. Semanas después, el juez lo condenó a tres cadenas perpetuas por los asesinatos, 15 años adicionales por el intento de asesinato de su hermana, y un año más por obstaculizar la investigación.

“Fue un crimen brutal, calculado, con desprecio total por la vida”, dijo el juez Desai. “Las víctimas murieron en su hogar, un lugar que debía ser de seguridad y amor. El atacante fue uno de los suyos”.

Henri fue enviado a una prisión de máxima seguridad, en la sección médica por su diagnóstico de epilepsia y depresión. Intentó apelar la sentencia, pero fue rechazado.

¿Por qué un joven de clase alta, con una vida aparentemente sin carencias, asesina a su familia a golpes de hacha? Esa es la pregunta sin respuesta. Algunos especularon que el motivo era económico: una herencia millonaria. Otros apuntaron a problemas de adicción. Lo cierto es que nunca confesó.

Durante el juicio, ni una lágrima, ni una palabra de arrepentimiento. Su rostro serio, su tono pausado, su silencio... Todo inquietaba.