Degolló a 4 en dos noches y violó a una inocente

Estando dentro de una cantina le rebanó el brazo a un parroquiano porque no quiso pagarle una cerveza.
  • domingo 29 de octubre de 2023 - 12:00 AM

Anastasio Pinto alias El Pajarito pensó que era invencible porque su perfil criminal y actos abominables, le hicieron creer que nadie tendría el valor de enfrentarlo, ni siquiera la policía pero cometió un error.

En la comunidad de Pedasí, provincia de Los Santos, discurría el año de 1932 cuando el joven de nombre Anastasio Pinto, apodado ‘El Pajarito' por su peculiar forma de silbar imitando a las aves, estando dentro de una cantina le rebanó el brazo a un parroquiano porque no quiso seguir bebiendo con él.

La algarabía del lugar permitió que El Pajarito escapara sin que nadie le impidiera el paso, mientras Harmodio Castillero, la víctima, se desangraba.

Intentaron subirlo a un caballo para llevarlo al dispensario más cercano pero ya Harmodio era un difunto.

La policía no pudo encontrar al sigiloso asesino aquella noche, pero sí sabía dónde vivía.

El Pajarito llegó la noche siguiente al mismo lugar y pidió cerveza fría. Su contextura corpulenta de casi dos metros de altura hacía temer a más de cuatro, también su enorme ‘realera' [machete largo] que solía casi arrastrar desde su cintura envuelta en una funda de cuero, que dominaba magistralmente con ambas manos cual espadachín de la Edad Media.

Tres hermanos

Esa noche pasó más de dos horas bebiendo en la cantina pero no parecía estar ebrio. En la cantina estaban los hermanos Gustavo, Rolando y Temi Villarreal Solís; ellos eran ganaderos y agricultores de aquel lugar. Habían vendido algunas reses y antes de ir a casa a entregar el dinero a su padre decidieron divertirse un rato escuchando la música típica en boga y bebiendo unos tragos de whisky.

El hermano mayor se aproximó mostrador para cancelar la cuenta.

El Pajarito silbó una canción de Gelo Córdoba, mientras se acercaba a Rolando cuando se dirigía a la mesa donde sus dos hermanos esperaban: - ‘primo, espere, ¿puede pagarme unas cuantas cervezas'?

-No, no puedo-, respondió Rolando sin detenerse, ordenando a sus hermanos retirarse del lugar.

Los ojos de El Pajarito parecían desorbitados, su respiración atropellada parecía de un caballo cansado, su furia era indecible. -¿¡No puedes!?- Está bien. Fue lo único que llegó a balbucear.

Los tres hermanos tomaron sus caballos y se encaminaron a su casa a galope, un poco temerosos, pero con el whisky corriendo por sus venas. El trayecto a la hacienda distaba unos cinco kilómetros del poblado, un río y montañas verdes llenos de vida silvestre acompañaban el camino de tierra hasta llegar a los potreros colindantes.

Poco antes de salir de aquel bosque el veloz caballo de El Pajarito, los alcanzó. Los tres jinetes no huyeron ni apuraron el paso dejando que aquel malvado los pasara, pensaban que iba también hacia aquella dirección. Temi, el menor de los hermanos sí sospechó la tragedia que estaba a punto de ocurrir.

-Párense ahí-, ordenó de forma altanera y tomando con su mano derecha el filoso machete, cortó de tajo la cabeza de Rolando, luego la de Gustavo que quiso hacerle frente pero Pinto no le dio oportunidad; ambos cayeron de sus caballos desangrándose, mientras que Temi huía para salvar su vida, pero El Pajarito lo alcanzó y lo hizo bajar del equino, lo obligó a arrodillarse y lo degolló.

El cruel criminal, revisó los bolsillos de los tres cuerpos, sustrajo su dinero y regresó a la cantina para seguir bebiendo cerveza.

La esposa del cantinero era Ana Jiménez de 23 años, rubia, de contextura delgada y ojos verdes, tenía dos hijos de tres y cinco años.

El Pajarito se retiraba de la cantina, vio a la bella mujer y aprovechando la quietud de la noche, que los niños estaban dormidos y que aún su marido contaba el dinero, entró a la casa y la violó, luego la tomó por el cuello con ambas manos hasta estrangularla.

El final de El Pajarito llegó cuando el esposo de Ana vio a su amada mujer sin rastros de vida, desnuda y con un enorme hematoma en su cuello.

Aquel cantinero tenía un revólver 38, cañón largo dentro de una caja cuadrada donde escondía un ahorro, lo tomó y cargó con municiones.

Al amanecer llegaron los funcionarios y el atormentado cantinero tomó a sus dos hijos, la caja con dinero y el revólver, los colocó dentro de una alforja, ensilló su caballo y los llevó donde una hermana a dos kilómetros del caserío.

Pinto se había trasladado a Las Tablas, compró ropa nueva y se divertía con mozas del lugar. El viudo conocía cada paso del criminal porque un lazo los unía, pero esa es otra historia.

El comerciante mandó a Darío, su antiguo empleado con una nota dirigida a El Pajarito que decía: ‘hace tiempo que no me haces lo que acostumbrabas hacerme, me fue mal en el amor en Panamá pero tengo dinero, estoy en Macaracas en la casa de mi abuelo, sola, donde me hiciste mujer una vez, ven pronto que te deseo, Raquel tu amada'.

-Tu no debes estar en este mundo, por eso te mandaré de regreso a donde perteneces-, retumbó la voz del cantinero, desde adentro de la casa. El cantinero salió y lo esperó de pie en el patio de la casa, Pinto bajó una escalera, corrió hacia el hombre y este sacó su arma y la descargó en el cuerpo de Anastasio Pinto, El Pajarito.