Quiero un mundo para las Mujeres…
- viernes 10 de abril de 2020 - 12:00 AM
Uno, el señor de la imprenta que está cerrada, fumándose un cigarro al estilo de los años setenta. Dos, el vecino que sale a buscar lo que sea a la tienda, a dos cuadras. Tres y cuatro, el cubano dueño de la licorería de la esquina, quien habla con un amigo en la acera de la calle principal. Cinco, seis, siete, ocho, tal vez más, la suma de hombres en chancletas que cruzaban desde un edificio hasta la panadería que está enclavada frente al rótulo del corregimiento de Calidonia, a son de paseo de domingo, mientras circulaba la patrulla policial. Al tiempo que yo hago lo que puedo para no detenerme, solo tengo dos horas para las diligencias, media se me va en caminata de ida y vuelta, eso si corro con suerte de que no haya fila.
Hoy es día de movilidad solo para mujeres, lo señala la medida sanitaria por la pandemia del coronavirus, sin embargo, Panamá es esa porción que asemeja a este mundo, un mundo ideado para los hombres. A cada paso que doy, entre la inquietud que me gobierna por tantos días en aislamiento, me pregunto ¿por qué si es un día para circulación exclusiva de mujeres (salvo excepciones de quienes deben salir por lo esencial de su labor), se desatiende este llamado? Hubo más hombres que mujeres en mi trayecto, no concibo explicar desde ninguna otra lógica que no me lleve al embudo donde me encuentro con dos elementos: es un tema de poder y de privilegios, por supuesto, naturalizado y asumido en el imaginario colectivo. Hoy, me pareció una falta de respeto que pesaba más que las cargas de las compras alimenticias que llevaba para dos semanas.
No es una catarsis femenina, podría argumentar el mal humor de la cajera del supermercado que expone su vida sin mascarilla ni la distancia requerida para resguardarse de un contagio, siendo su vida tan importante como la vida del dueño de ese local, puedo entender el tono cortante de quien atiende la farmacia y temblorosa despacha varias botellas de alcohol a otro hombre que también burla la medida de movilidad, y no está seguro de qué comprar ni del cuidado de lo que tocan sus manos, incluso comprendo al guardia de seguridad de una farmacia quien brindó gel alcoholado a las personas que pasamos por esa puerta, mientras él se derramaba el doble de la cantidad en sus manos en un acto desesperado para no contagiarse, su sonrisa nerviosa me condolió hasta los huesos.
De vuelta a casa, reflexionaba acerca de lo que es comprensible ante una pandemia, desde la humanidad y la empatía, no obstante, no podemos negar una realidad: este no es aún un mundo para nosotras las mujeres, ni siquiera los lunes, miércoles y viernes de cuarentena. Con todas las luchas ganadas, con el legado de nuestras ancestras, mujeronas que nos allanaron el camino a costa de sangre y esfuerzo para lograr votar, deambular solas, trabajar, derechos que solo tenían los hombres, es necesario no bajar la guardia en estos tiempos y defender nuestros espacios.
Estos días, desde el privilegio que tengo de estar conectada en la virtualidad me es posible enterarme de anécdotas de mujeres que duelen en la piel: el relato de mi amiga Ángela Figueroa, quien con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) necesitó ir a retirar dinero a un cajero para prepararse para seguir el aislamiento, y a un desconsiderado quien fumaba, ella le hizo saber que le afectaba, pero el osado se colocó en una dirección donde la perturbaba más, lanzándole improperios y aduciendo que a los de su edad el coronavirus se encargaría de desaparecerles como estorbos que eran. Y qué decir de ese vecino, un jubilado quien insiste en salir todos los días de cuarentena, pese al cuadro asmático de su esposa, sumado a eso recibe la visita de sus hijos todos los días, avalados por salvoconductos de los lugares donde laboran. ¡De qué vale aislarse si el peligro está latente y llega a visitarte! ¿No es eso un privilegio y un tema de poder? Y si vamos más arriba, podríamos hacer un análisis mediático del acto de idolatría hacia el ministro de seguridad o cualquier figura masculina que hable cada día de la cadena nacional para anunciar la evolución de la pandemia en Panamá, que dicho sea de paso, no es similar al trato hacia las funcionarias.
Usualmente en la naturalización de estos eventos, lo emplazamos con un justificado ‘es difícil de cambiar' ‘siempre ha sido así'. Usted busque el apellido, el nombre de pila es ‘poder', un ‘poder masculino', ese que hemos asumido como incontrolable bajo pretextos románticos cuando se trata de nuestros padres, hermanos, maridos, cuñados o amigos. Estamos ante un poder que sigue sin ser compartido, porque las mujeres aún no tenemos el poder en distintas esferas pese a tantos logros y avances en materia de derechos, aún no se concibe en nuestras sociedades cosas tan elementales como el derecho a una vida segura y sin violencia, eso no es entendido como posible. La detención policial y multa a una mujer trans, por salir un día de movilidad de mujeres, obligándosele a deambular los días señalados por su sexo, no por su identidad de género, es un atentado a su derecho de ser, a su dignidad. Esa misma instancia, la policial, se hace ciega e ignora a los hombres que andaban en las calles durante un día de movilidad para mujeres. Es evidente, es un mundo configurado aún para ellos, las estructuras de nuestro estado lo avalan. El panorama podría parecer desesperanzador, sin embargo, aún las mujeres tenemos alternativas a estas situaciones, tenemos voz y con ella hay algo que aún podemos seguir haciendo: incomodar.
Prefiero pensar que podemos seguir incomodando, decir que no estamos de acuerdo con no tener los mismos privilegios y que no respeten nuestros derechos y espacios, hacerlo por nosotras, por nuestras hijas, abuelas, madres, hermanas y amigas, por la que sufre, por la pobre, por eso que llamamos sororidad; hagamos un pacto entre mujeres para hacernos fuertes y poder hacerle frente a un sistema configurado para ellos, bajo el nombre de patriarcado. Con ese pacto, crucemos la muralla de los temores y la inmovilidad que nos inyecta esta pandemia, hablemos de lo que nos incomoda, hablémoslo al menos, respetando nuestras distintas realidades.
Alda Facio, feminista, dice "para no perder la esperanza necesitamos tener una visión de futuro, necesitamos estar convencidas que un futuro no patriarcal es posible y soñar juntas ese futuro."
Me sueño un mundo para las mujeres, lo sé, suena a poema, pero no soy ni un verso un lunes de cuarentena, por eso me resisto a callar, mi propuesta es la de todas las que nos antecedieron, tan solo propongo incomodemos. ¿por qué incomodar? porque quizás junto a otras que empezaron, podamos seguir empujando el mundo, uno donde quepamos las mujeres, donde todas podamos tener poder, el poder para estar seguras, el poder para exigir convivir en ambientes sanos y sin violencia, el poder para ser mujeres libres, desde todos los enfoques existentes y posibles.