Niños de Curundú no quieren ser pandilleros

La violencia azota este barrio de barracas y multis, pero dos niños quieren estudiar y ser alguien en la vida
  • miércoles 18 de enero de 2017 - 12:00 AM

HISTORIAS

Le dicen Calitín y lo conocen por su habilidad para trepar los árboles. Cursa el cuarto grado de la Escuela Fe y Alegría en Curundú y reside en el proyecto ‘Renovación Urbana', inaugurado por el Gobierno en 2014.

A sus 11 años, Calitín ha sido testigo de la violencia que impera en el lugar donde vive, que es considerado zona roja.

El pequeño de piel tostada por el sol y mirada traviesa ya sabe lo que es el mundo de la delincuencia.

Aunque asegura que no está metido en ninguna de las pandillas que operan en Curundú (10 se disputan el control del barrio) sus ojos han visto peleas, atracos, balaceras y hasta muertos.

Calitín está consciente de que el lugar donde vive con su madre y sus dos hermanos no es color de rosas, pero , aun así, recorre los calles del barrio y trata de disfrutar su infancia.

El día que lo conocí venía caminando bajo el sol hirviente por las calles de Curundú con otro chico, mientras golpeaba con un látigo los objetos que encontraba a su paso.

–Aquí siempre se forma la balacera y los pandilleros maltratan a la gente. Hasta he visto muertos–, me dice sentado en la escalera de uno de los edificios mientras jugaba con el látigo hecho con sus propias manos.

Pero Calitín, a pesar de vivir en un ambiente hostil, no quiere seguir el ejemplo de los maleantes, quiere ser distinto, estudiar, hacer algo bueno y sueña con ser policía.

–Para atrapar a los maleantes–, comentó con una sonrisa.

Barracas, la historia es igual

No muy lejos de donde vive este niño, a unos 10 minutos, se levanta otro sector de Curundú. Le llaman ‘Nuevo Amanecer'. Allí se apiñan varias casas de madera, algunas levantadas sobre cuatro pilastras, donde la basura y las aguas negras se empozan cuando llueve.

Es un lugar que, para quien no está acostumbrado a vivir allí, proyecta peligro y miedo.

En Nuevo Amanecer vive un pequeño de 12 años a quien sus amigos apodan Manolo. Es trigueño y tiene los cabellos negros y ondulados.

Otros chicos ya mayores, lo rodean, sonríen y lo instan a que hable, a que cuente cómo es la dura vida en ‘Nuevo Amanecer' y cómo muchas veces son hostigados por los uniformados. Incluso, uno de estos, quien prefirió no identificarse, me muestra las cicatrices que le dejaron en la piel los golpes que le propinaron unas unidades la noche anterior.

–A veces abusan de su autoridad y eso no debe ser–, comenta el joven de unos 18 años.

Manolo, quien se muestra un poco tímido, me confiesa que va para sexto grado en la escuela Fe y Alegría y que cuando sea mayor quiere ser abogado.

–Quiero ser abogado para defender a los pelaítos que están presos–, dice con emoción.

Al igual que Calitín, Manolo ha visto la violencia que invade las calles de Curundú, donde hace siete años los índices de criminalidad andaban por las nubes y las pandillas controlaban el área.

A partir del 2012, según las autoridades policiales, empezaron a disminuir los crímenes. Para el 2012 se habían reducido a 50% y ese año se perpetraron 12 homicidios.

–Cuando se forma la balacera, yo huyo para mi chantin–, dice recostado en la pared de madera.

Manolo, para ganarse la vida y ayudar económicamente a su ‘vieja', trabaja haciendo mandados en el Mercado de Abastos que precisamente queda detrás del barrio donde habita.

–Hay que ganarse los dólares de alguna manera–, me cuenta.

El chico está convencido de que para tener un futuro hay que estudiar y no meterse en pandillas.

–La educación cambia la vida de la gente porque así los pelaos salen de las pandillas, estudian y buscan la Palabra de Dios y yo quiero ser un hombre de bien–, asegura el chico mientras dibujaba una sonrisa.

*Calitín y Manolo, son nombres ficticios.

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