Erika Mouynes: No puede haber democracia sin confianza
- miércoles 14 de septiembre de 2022 - 9:25 AM
Atravesamos un periodo de desconcertante inestabilidad. Nadie confía en nadie. No confiamos en los medios para informarnos. No confiamos en las instituciones. Y, mucho menos, en los gobiernos. Según el último Latinobarómetro (2021), la región de América Latina y el Caribe es la más desconfiada del mundo. Los niveles de confianza han caído al punto más bajo histórico y solo una de cada diez personas cree que se puede fiar en los demás.
La falta de confianza es el problema más urgente al que nos enfrentamos y no obstante, no le estamos plantando cara. Una sociedad desconfiada debería ser una contradicción en sí misma. La sociedad se basa precisamente en la confianza, en las interacciones cotidianas, en la certeza de que vamos a proceder como se espera.
La confianza es el bien intangible que articula nuestro mundo. Articula nuestras vidas. La confianza es la fe en los demás. El paciente confía en el médico y sigue sus recomendaciones, como el ciudadano debería poder confiar en el gobierno para garantizar los servicios públicos. Sin confianza en las instituciones solo queda el caos.
Cuando una sociedad se está fracturando, perdemos el equilibrio. Todo se trastoca, como en un terrible terremoto. La falta de confianza cala en la sociedad y nos afecta a todos, como un virus, infectándolo todo: la confianza en el gobierno, las instituciones y el sector privado.
La Encuesta Integrada de Valores 2020 ya revelaba que menos de tres de cada 10 ciudadanos en América Latina y el Caribe confiaban en su gobierno.
Llevamos dos años de pandemia. Dos años en los que nos hemos dejado llevar por el miedo y la incertidumbre. El momento coyuntural que vivimos es crucial. Todos los pronósticos tanto globales como regionales son preocupantes. Todos – hambruna, disrupción de la cadena alimenticia, alza del precio del combustible, incrementos en la factura eléctrica, inflación, recesión. Se ha conjurado una tormenta perfecta sobre nuestra región en particular cuando apenas empezábamos la recuperación.
Tenemos que operar en lo más esencial para recuperar la confianza de la ciudadanía en el propio ser humano y exportar esa confianza a la política, desde la humildad, con credibilidad y utilidad. Hoy en día ser político es casi un insulto. Sinónimo de deshonra y desprecio. La política debe ser eficaz. Útil. Y para llegar a ese punto, hay que repensar el sistema en el que los políticos operamos.
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