Briseida Iglesias: La mujer que borda la memoria del pueblo guna
- domingo 28 de septiembre de 2025 - 12:00 AM
El tiempo pasa, pero la voz de Briseida Iglesias se mantiene fuerte. Ella lo afirma con convicción: “Aunque los años pesan, no me detengo. Aún conservo una memoria lúcida”. Y entre el crujir de sus pasos, del sostén de un andar que a veces tambalea, esa memoria trasciende lo personal; es un legado transmitido por sus abuelos, de los relatos captados a hurtadillas desde la hamaca, de los cantos que llenaban el Congreso y que, de niña, la atraían.
Mientras degusta un café que propicia la tertulia en épica Fundación, ella comparte recuerdos que capturan la atención de todos. La meta de la reunión es clara: dar a conocer la existencia y contribución de mujeres en Panamá. Un siglo de la revolución Dule representa razones de peso para celebrar el pasado de un pueblo triunfador.
La había visto en otros escenarios, siempre con aquella luz. Su existencia está signada por la tenacidad. A los siete años comprendió que su ser era resultado del esfuerzo de sus antepasados. Su abuela le insistía: “Esta identidad que posees es el fruto de la lucha de tus abuelos”. Desde ese momento, Briseida asumió que exhibir los símbolos de su pueblo era llevar consigo una historia de perseverancia.
Al llegar a la ciudad con aspiraciones de estudiar, la sociedad le negó el acceso. “Me exigieron renunciar a mis costumbres para poder matricularme, adoptar la vestimenta occidental”. Ella se negó. Optó por su identidad, y esa elección le costó lágrimas y la negación de sus derechos. Pero no se dejó vencer. En su hogar, su esposo le proporcionó un diccionario y textos de filosofía, política y sociología. “Esos libros fueron mis maestros. Los conservo como tesoros, pues me enseñaron a defenderme en el mundo occidental sin renegar de mis raíces guna”.
Así se forjó: entre páginas, apuntes manuscritos para preservar el recuerdo, debates con su guía espiritual y travesías en las que cuestionaban el significado de sus símbolos. Con el tiempo, aquellos sabios la reconocieron como sabía. “Posees una gran sabiduría. Debes profundizar en ella”, le alentaban. Y así lo hizo.
La sabiduría plasmada en la mola
Si hay un emblema que resume su vida, es la mola. Mencionar a Briseida es hablar de ese arte textil que va más allá de lo decorativo, pues es un lenguaje del alma. “La mola es mucho más que una simple tela. Cada puntada, cada hilo encierra mi origen, mi esencia”.
Aclara que, en realidad, al principio no le decían mola, sino Murnag: una pieza única que de largo se extendía hasta después de la rodilla. Resulta que la primera mujer en crearla fue Ologwadule, mandada por Dios con la misión de mostrar que lo espiritual puede hacerse tangible. Ella tomó algodón a la orilla de un río, lo combinó con colores sacados de la naturaleza y así nació la primera mola: con dos colores, blanco para el día y negro para la noche.
Después llegaron otras mujeres, como Inanadili, quien les mostró cómo hacerse oír en un mundo donde no las dejaban hablar. Cada nueva generación de mujeres fue sumando colores, símbolos, fibras. De este modo, las molas se fueron desarrollando hasta volverse un universo entero. “Las molas de antes tenían dos capas. Hoy vemos flores, diseños, pero en su origen eran capas con significados muy profundos”.
Briseida entiende bien esos significados. Menciona la mola de matrimonio, tejida junto a las hamacas donde se comparte la vida. Menciona la mola de la plenitud, que manifiesta la fortaleza de la mujer en su ciclo vital. Pero sobre todo, habla de la mola de la muerte, la Nauen Mola. “Yo quiero que el día que me muera me pongan esa mola. Ella cuida mi cuerpo y mi alma, y me lleva hacia otro mundo”.
La mola, recalca, va más allá de lo comercial. “Nuestros ancestros se batieron el cobre para preservar esta esencia. La mola es recuerdo, fe, entereza”.
La pequeña que oía a hurtadillas
El sino de Briseida estaba escrito desde pequeña. Cuando los mayores charlaban, ella simulaba dormir para captar lo vedado. Esa inquietud fue su aula inicial. Después, su abuela la mandaba al Congreso para que escuchara los rezos de los ancianos, aunque al volver ella dijera: “No pillé nada”. La simiente, eso sí, ya estaba sembrada.
Fue también la abuela quien la impulsó a aprender a rubricar, a desenvolverse en castellano. Pero la senda no fue llana. En una época donde las féminas no tenían opción a formarse, ella se las ingenió para asistir a escondidas. “Yo anhelaba estudiar, aunque fuera a espaldas de mi padre”.
Con el paso de los años, en los cónclaves de su aldea, aprendió a expresarse ante el público y a no amilanarse. Se desplazó a Guatemala, donde cayó en la cuenta de que aún ignoraba el sentido de los signos que lucía grabados en su tez. Regresó con más sed de saber, y su mentor le indicó: “Primero has de conocer el ayer, traerlo al hoy y proyectarlo al mañana”. Desde entonces, su meta fue diáfana: recuperar la memoria.
La memoria como deber
Briseida insiste sin parar: la memoria es clave en la cultura guna. “Si olvidamos nuestro pasado, lo perdemos todo. Debemos traer ese pasado aquí y ahora para construir un buen futuro para nuestros nietos”.
Ella no vive del recuerdo, sino que busca seguir adelante. “Lo que recuerdo no se va conmigo. Lo dejo aquí para mis hijos, mis nietos, sean o no gunas. Ustedes también son mi familia”.
Por eso le duele ver que los jóvenes no conocen los cantos sanadores o no quieren usar la mola por el calor. “A veces dicen que los mayores siempre decimos lo mismo. Pues sí, repetiremos hasta que lo aprendan”.
Mujeres que mueven el mundo
La vida de Briseida refleja la historia de las mujeres guna. Antes, ellas no podían hablar en el Congreso. Pero poco a poco alzaron la voz, preguntaron, dijeron: “Esto no está bien”. Hoy, gracias a ellas, las mujeres participan y lideran proyectos.
Ella misma ha ayudado a mujeres del campo. En la pandemia, cuando muchos se detuvieron, juntó a 300 mujeres de 49 pueblos para cultivar. “Los hombres no quisieron unirse. Las mujeres dijeron: ustedes cocinen, nosotras vamos a sembrar”.
Ese acto fue más que sembrar comida. Fue resistir. “Ahí ven a la mujer que lucha, siembra, cuida a su familia, y a la vez construye un futuro mejor”.
El reto actual
Un siglo después de la Revolución Dule, Briseida es directa: el reto principal es recuperar la esencia de la cultura. “No sirven solo desfiles con miles de molas. Primero hay que ocupar el Congreso, porque ahí reside la espiritualidad”. Para ella, los jóvenes necesitan más opciones de formación, más talleres, más contacto con la memoria.
También alza su voz contra el olvido: “Si nuestra memoria se pierde, nuestra cultura desaparece con ella”.
La mujer que tiende lazos Briseida recalca que no es una profesional, que solo llegó hasta sexto grado. Pero esa modestia choca con la magnitud de sus palabras. Ha escrito libros, ha sido la voz de las mujeres guna en foros internacionales, ha creado grupos de rescate cultural, ha impulsado proyectos con mujeres del campo.
Su vida es, un lazo: entre la tradición y lo moderno, entre las historias orales de los ancestros y los libros que aprendió a descifrar por sí misma, entre la mola que teje la identidad y la voz que le recuerda a cada generación que no debe olvidar quiénes son.
Ella misma lo expresa así: “Somos parte de la tierra. Nuestros cabellos se unirán a ella, nuestra sangre también. La memoria no es para llevársela al cielo, sino para dejarla aquí”.
Y en esa declaración, tan sencilla como impactante, se encuentra la verdadera sabiduría: Briseida Iglesias no es solo guardiana de un arte ni heredera de un pasado. Es la viva prueba de que la memoria es resistencia, y de que mientras siga tejiendo palabras y molas, el pueblo guna seguirá vivo.