En estos últimos días, Panamá ha vuelto a las calles y no es por capricho ni politiquería, es por dignidad. Como ciudadano panameño, profesional y observador del desastre que estamos viviendo, digo con claridad y sin miedo, estoy del lado del pueblo que protesta y en contra de algunos gobernantes que solo han mostrado arrogancia, represión y desconexión total con la realidad nacional.
Mientras trabajadores, educadores y comunidades originarias se parten el lomo para exigir justicia, el gobierno se pasea con amenazas y declaraciones cínicas. El colmo de la desfachatez lo hemos visto en la actitud del presidente, quien parece más preocupado por defender su imagen que por resolver la crisis. Y no hablemos de la ministra de Educación, Lucy Molinar, que ha demostrado una ineptitud vergonzosa para el cargo que ocupa.
¿Cómo puede tener la cara de hablar de que la educación es un “pilar fundamental” si las escuelas están cayéndose en pedazos, si los maestros tienen que cruzar ríos, caminar horas, exponerse a todo tipo de riesgos para enseñar? ¿Dónde ha estado ella cuando esos educadores necesitaban apoyo, cuando las escuelas del interior están en condiciones inhumanas?