• martes 09 de mayo de 2023 - 12:00 AM

El valor de la  palabra empeñada 

Poco preocupa analizar la facilidad con la que mentimos

En lo personal, rechazo todos los espectáculos violentos. Con todo y eso, la primera y última vez que presencié una pelea de gallos, aprendí algunas lecciones muy valiosas para mi vida. Una;  que es casi imposible ser  imparcial, pues recuerdo que el cotejo no había empezado y mis simpatías ya las tenía  uno de los gallos.

Otra, y no menos valiosa, es que no se hace necesario testigos ni documentos, para que las apuestas realizadas se honran al concluirse el encuentro.   Por supuesto que no faltará “el avivato” que para no pagar abandone la gallera, y de seguro que de ahí en adelante no será bienvenido en ninguna otra gallera.

La vida en sociedad cada vez se hace más  compleja, que  necesitamos aumentar constantemente  nuestras  relaciones interpersonales.  Vistas así las cosas, pareciera que cumplir con nuestros compromisos es de sumo ventajoso, y en consecuencia nos esforzaremos por quedar bien.

Poco preocupa analizar la facilidad con la que mentimos, y por eso antes de hacer lo correcto preferimos examinar si hay vías disponibles para quedar mal. La parte más seria del del problema es que faltamos a la palabra sin el menor cargo de consciencia, pues pareciera como que si hubiéramos llegado a tal punto, en el que  la sociedad celebrara la desvergüenza, y reprimiera con rigor la práctica de lo correcto.

La ola de asesinatos que vivimos nos dice que “el faltón” paga con su vida.  Pero en el mundo de la licitud, en el que la necesidad de proyectar bienestar material es casi adictiva, las personas no temen  asumir deudas que saben  no podrá pagar.  ¿No les llama la atención que los días de pago la gente ande malhumorada?

Ya quedaron atrás los días en los que con un apretón de manos se sellaba un gran pacto. Hoy, las demandas inundan los tribunales, en espera de que en un futuro lejano la justicia entre en escena. Si estamos convencidos de que el político mentirá y el funcionario incumplirá, el ciudadano esperará  la oportunidad para quedar mal. Un país próspero sólo se construye sobre principios, mientras que la irresponsabilidad social,  nos asegura el desastre colectivo.

Abogado y jubilado

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