Después de tanto esperar, se dan los primeros pasos encaminados a aliviar el malestar de cientos de familias panameñas que tienen un familiar o un amigo con cáncer.
Les comparto una vivencia personal que enfrenté terminando mi carrera de abogado en 1990, cuando, en plena crisis económica que vivía el país tras la Operación Causa Justa, muchos hogares enfrentaron problemas por la falta de empleo. A nosotros también nos alcanzó.
Siendo mi padre nuestro único sustento del hogar, al quedar sin trabajo nos vimos obligados a alquilar dos camas en una casa de familia. En una de ellas, en la sección de mujeres, estaba mi madre, a quien le habían detectado cáncer en el cuello de la matriz. En la otra, en la sección de hombres, dormía yo, mientras estudiaba y hacía trabajos de pasante para aportar al pago de los gastos.
Un día inesperado, llamaron a la oficina del abogado donde trabajaba para decirme que debía comunicarme de urgencia con la casa: mi madre se había puesto mal.
Ahí empezó todo. Recuerdo que ese día estaba conmigo un gran amigo —también hoy abogado— Carlos Broce, quien es el mejor testigo de lo que ocurrió.
Ese día, sin contar con un seguro social, porque mi trabajo era eventual, atendieron a mi madre en las instalaciones de la Justo Arosemena, donde conseguir una cama era un milagro del supremo.
Esos cuatro días vividos, que terminaron con la partida al descanso eterno de mi madre, me hicieron reflexionar desde entonces sobre las penurias que deben enfrentar los ciudadanos sin recursos económicos, y cómo la atención oportuna representa la delgada línea entre la vida y la muerte.
He decidido compartir esta experiencia de vida, que solo conocen personas muy cercanas a mí. Lo hago porque esta semana se inició el traslado de los pacientes con cáncer al Hospital de Cancerología de la Ciudad de la Salud, acto que pondero como una medida humana y urgente.
Estas nuevas instalaciones y la atención de personal comprometido con esta área de la salud aliviarán, de muchas formas, el temor, el desamparo y el miedo que muchos experimentan cuando atraviesan por ello.
Con acciones de este tipo, el hombre hace su parte, mientras Dios y la Virgen hacen la otra.