Las redes sociales, dotadas de la tecnología moderna de audio, video y escritura, están poniendo al descubierto las grandes hazañas, pero también las debilidades y bajezas del hombre de nuestros tiempos.
A quién se le ocurriría antaño, fisgonear con una cámara por las rendijas de un despacho oficial para observar al jefe y su compañera de trabajo en plena travesura amorosa, peor en horas de labores cuando ambos debieran estar ocupados atendiendo tareas financiadas con los impuestos de quienes se zurran de sol a sol para llevarle contribuciones a esa gran caja recolectora que se llama el Estado.
Y no es que antes no sucedieran tales anomalías vergonzosas en el entramado gubernamental, pero los autores de esas tropelías por lo menos arreglaban sus inclinaciones sentimentales a la salida en algún sitio de ocasión o burdeles de los que abundan en la ciudad.
Con la filmación en el Instituto de Formación poco profesional, queda en evidencia la degradación moral y el desgreño gubernamental en que sigue cayendo la deteriorada imagen de la institucionalidad de este gobierno.
El autor es escritor