• sábado 07 de agosto de 2021 - 12:00 AM

Ser abogado

La abogacía de ese entonces, era el reflejo de una casta de intelectuales que debatían las teorías políticas modernas y clásicas que fueron objetos de estudio 

El lunes 9 de agosto de 2021, se celebra en la República de Panamá el día del abogado, fecha en que se conmemora el natalicio de Don Justo Arosemena un ilustre ciudadano con una trayectoria pública envidiable y que sigue siendo referente y objeto de estudio en la actualidad, considerado como el padre de nuestra nacionalidad.

Junto a él, destacados juristas y letrados de aquella época, se debatían en tertulias enriquecedoras, de las cuales se rescataban aportes importantes para la opinión pública, por su discurso minucioso y coherente con características fluidas, contundente y directo, que era como el disparo de un arma de fuego que daba en el blanco.

La abogacía de ese entonces, era el reflejo de una casta de intelectuales que debatían las teorías políticas modernas y clásicas que fueron objetos de estudio en sus aulas de clases, y donde la experiencia adquirida por conocer otros países e intercambiar experiencias, le permitían tener una visión más clara y amplia del rol de un abogado en sociedad.

Muchos años han pasado desde entonces, y aunque los juristas del discurso cargado de elocuencia quedaron en el recuerdo por su muerte, gradualmente muchos profesionales de la ley han salido de las escuelas de derecho, quizás con muchas más imprecisiones que con la que entraron, y con unos conocimientos tan elementales que se confirma el principio de que cuando entras a la Facultad de derecho entras como Magistrado de la Corte Suprema de Justicia y cuando sales, lo haces como un regidor.

Las críticas sobre la carencias intelectuales de los egresados con el título de ‘Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas', son recurrentes y la solución que profesan algunos, es modificar la Ley 9 de 1984 que la regula el ejercicio de la abogacía en Panamá y sus reformas.

El problema no está en la ley, el problema esta en los conocimientos que son impartidos en las universidades, y la imperiosa necesidad de crear conciencia en los alumnos del estudio permanente.

Sí los abogados en otrora eran excelentes, los de hoy deberían ser aún mejores, nada se los impide, pero la realidad es otra. ¿Dónde se quedaron esos juristas? ¿Qué paso con la elegancia del discurso de altura que emanaba de un jurisconsulto?¿En que lugar se quedó el rol orientador en sociedad? ¿Cuándo nos perdimos en el sótano oscuro y frio del anonimato? ¿por qué dejamos perder la valentía que nos caracterizaba cuando considerábamos que se violaba la constitución, las leyes y los derechos humanos? Cuando encontremos estas respuestas, sabremos ser Abogados.

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