• viernes 05 de octubre de 2012 - 12:00 AM

Ratones cuidando el queso

El lamentable fallecimiento de una niña en la escuela República de Japón, producto del colapso de un muro, en el trasfondo cuenta una hi...

El lamentable fallecimiento de una niña en la escuela República de Japón, producto del colapso de un muro, en el trasfondo cuenta una historia de malos manejos y de burda administración por parte del Gobierno Nacional, no solo de este, sino de todos los anteriores, en cuanto a la ligereza y afán de negociado. Los primeros reportes de prensa señalan evidentes faltas técnicas en cuanto a la edificación de la estructura, lo cual, se presume, fue la causa principal del accidente. Un muro que tenía como objetivo garantizar la vida y seguridad de los niños que estudian en ese centro educativo.

Cada vez que el Estado invierte un centavo en obras se espera que las mismas contengan un estándar mínimo de calidad, aún más si los costos son evidentemente superiores a los del sector privado. Se dice a menudo que ‘Dios es panameño’, ya que regularmente, sin mucho que lamentar, los muros se caen, las paredes y techos se derrumban, los huracanes se quedan cerca y los terremotos solo tiemblan, sin embargo, ahora vemos hechos como el incendio del bus con pasajeros a bordo, el envenenamiento masivo con dietilenglicol, accidentes en hospitales con las máquinas de rayos X, exceso de bacterias nosocomiales, entre otras tragedias.

La falta de control y supervisión, aunada a la ausencia de carácter, valores y de integridad moral, provocan que las arcas públicas estén en completo estado de indefensión, no solo por los malos manejos, sino que ahora, las obras por las cuales el pueblo panameño ha pagado muchos billones de dólares son las mismas que lo ponen en peligro y le causan luto y dolor. No es solo que roben con los sobrecostos y la mala calidad, es que, además, hay que cuidarse de la calle que se pisa, del muro en que se apoya, de las medicinas del sistema público de salud, del transporte y de todo por lo que se ha pagado con impuestos.

Es un problema de conciencia que nos atañe a todos, guardar silencio no es la solución, lo que hace es incentivar a la corrupción. Someter a extremas presiones políticas y económicas a algunos funcionarios ‘sin pantalones’ es, igualmente, responsabilidad colectiva. El origen de la contralora, de los que administran las contrataciones públicas, de todos los llamados a ser independientes y a velar por el uso correcto de los recursos del Estado termina comprometiendo el patrimonio público, sobre todo cuando son empleados que no aguantan un telefonazo, que al escuchar el tono de voz de su jefe identifican a quien por años han servido en el sector privado a cambio de un salario.

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