• lunes 30 de enero de 2023 - 11:11 AM

¡Me quiero matar… me quiero suicidar!: La guerra de Rusia nos toca

Este suceso lo narro con el propósito de hacer un llamado a esos servicios que se dan en casos de esta naturaleza

Me imagino que mis seguidores estarán muy curiosos por el desarrollo de este titular. Algunos nombres de lo que narraré los omitiré. ¿Qué pasó? Este fin de semana invitamos a una pareja para que nos acompañara en la residencia que tenemos en el sector de Arenas Negras, corregimiento de Nueva Gorgona. Desde que llegaron, en la noche del viernes, ambas damas le dieron rienda suelta a las anécdotas que han vivido a través de los más de 30 años que tienen de conocerse.

Lo primero que hicimos fue ir a la casa de otra amiga que está en Bijao, quien también forma parte de ese cuarteto que se armó, luego de trabajar juntas en los Casinos Nacionales. Entre copas y una paella deliciosa fueron pasando los minutos.

En una de las sillas de la sala se encontraba el esposo de la amiga chiricana quien viajó desde Boquete para estar con nosotros. El caballero mostraba el cansancio del viaje y su cabeza cayó en uno de sus hombros. Frente al escenario decidimos partir de Bijao hacia Gorgona para que este ciudadano, con pasaporte extranjero, pudiera descansar.

La mañana del sábado fue espectacular. El extranjero, esposo de nuestra amiga, acostumbrado a levantarse a las cuatro de la mañana para sus lecturas cotidianas, abrió los ojos como a las ocho de la mañana. ¡O le encantó el lugar o el cansancio le trastocó su reloj biológico! Paso por alto otros detalles que se dieron para llegar hasta las ocho de la noche de este sábado 28 de enero.

Mientras comentábamos, con mucho humor algunos hechos, de repente la visita recibió una llamada… Todos pensamos que era una de las tantas que se dieron desde el viernes por la noche. La cara de la dama cambió por completo. De sus músculos fasciales podíamos deducir que algo malo acababa de pasar. A través de la conversa oímos a una mujer desesperada que gritaba en inglés y en ruso, ¡me quiero matar… me quiero suicidar! Los ojos de nuestra amiga se agrandaron como nunca; parte de una de sus extremidades superiores comenzaron a temblar.

Se trataba de una vecina a quien conocía poco. Más amistad tenían las mascotas que ellas, pero se trataba de un ser humano, madre de una niña de casi dos años y de origen ruso. Hacía poco se instalaron en el residencial de Boquete, muy cerca de la casa de nuestra amiga.

El intercambio de palabras duró más de una hora. Ella consolaba a una persona que acababa de convertirse en viuda. Su esposo, quien estaba en el frente de batalla, en una guerra sin sentido, había muerto. Esa era la razón de su desesperación… de sus gritos y gemidos.

Desde ese instante mi esposa y este servidor nos pusimos pilas para encontrar a amigos que estuvieran en Chiriquí, cerca del lugar donde una mujer comenzaba a llorar a su marido muerto. Lo primero que hice fue marcar el número de mi colega Erick Martínez quien vive en Bajo Boquete.

Cuando lo llamé esperaba que me contestara. No sé si él habla inglés, pero sé que si lo localizaba me daría más luces para enfrentar a las sombras de ese momento. En Boquete hay muchos que duermen como las gallinas, dado el frío. Erick no me contestó. Hubo varios intercambios con las líneas de auxilio y con el 911. Algo que me llamó la atención fue cuando escuché a una de las personas decirnos que estaban atendiendo varios casos de intento de suicidio en la provincia de Chiriquí.

¿Tan mal estamos? Me pregunté en silencio. Por suerte nuestra amiga contaba con la presencia de su hijo de unos 27 años quien tenía la misión de cuidar la casa de Boquete. Cuando lo contactó el joven estaba haciendo un mandado en la comunidad de Jaramillo. “¡Deja lo que haces y vete para la casa a consolar a la vecina!”, le dijo.

Y mientras todo pasaba escuchamos a la rusa decir que se había tomado algo. Comenzó a hablar incoherencias. Pasaba del inglés al ruso en segundos y sus palabras denotaban que algo la había puesto en un estado casi esquizofrénico. Frente a ese cuadro, y al observar que más hablaba ruso, mi esposa se puso en contacto con una amiga de nombre Sandra. Con ella estudió la secundaria, época en que se afianzan y nacen los verdaderos hermanos por fuera. Sandra, de inmediato se puso a la orden y se mantuvo en vigila toda la noche y madrugada para interceder. Y es que ella estudió en una universidad de la ex Unión Soviética.

Son los momentos en que recurres a todo con tal de salvar a alguien. Mientras la rusa estaba medio cuerda lanzó un grito desesperado y pidió su Vodka amado. Ante esta expresión dramática nuestra amiga se acordó que en casa tenía una botella de esta bebida. Le dijo al hijo que una vez llegara a la casa se la diera a tomar. En ese momento nos preocupaba el tema sobre ¿qué fue lo que tomó la rusa? El hijo también recibió instrucciones para que sacara a la paciente de su casa y se la llevara para la de nuestra amiga. Había que alejarla de su ambiente para evitar desenlaces fatales.

La joven comenzó a tomar Vodka… Eso lo notamos con las llamadas siguientes. Hablaba como esas personas que salen en la madrugada de una discoteca después de ingerir bebidas espirituosas. La medianoche cayó con María Teresa y su amiga fiel en la misión de evitar un suicidio. Mi esposa también llamó a una amiga de la infancia quien se encontraba en David. “Tere, no hablo inglés, pero si tengo que viajar… dime que voy de inmediato”, le dijo la amiga. Por fortuna no hubo un desenlace fatal.

La reacción de la rusa es típica de aquellas mujeres quienes, así, de pronto, reciben una noticia de esta magnitud. Me imagino que ella también tuvo que razonar sobre su hija de casi dos años. Este suceso lo narro con el propósito de hacer un llamado a esos servicios que se dan en casos de esta naturaleza. Siento que aquellas personas que son responsables de las líneas de atención de emergencia dejan pasar mucho tiempo para reaccionar. Tal vez esté equivocado, pero me siento orgulloso de mi esposa y de su amiga… Ellas impidieron que una hija quedara huérfana de padre y madre. Gracias Dios que por lo menos evitamos otro desenlace fatal como el ocurrido en el frente de guerra.

Profesor de periodismo

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