Si hay algo que incomoda al panameño es la imposición, los gobiernos absolutistas generan escozor en la población, más allá, de que algunos digan que el país requiere mano dura para poner orden. Sin duda, los últimos 10 años que antecedieron al presidente José Raúl Mulino fueron administraciones blandengues, con el afán de quedar bien con todos.
Sobre la premisa de que había que poner orden y ante la exclusión de Ricardo Martinelli en la papeleta presidencial del 2024, el electorado panameño optó por un presidente autoritario, algo diametralmente opuesto a lo experimentado en la última década.
Sin embargo, Mulino resultó ser más sincero de lo esperado, ya que su fama de hombre tosco, que dice siempre lo que siente y piensa, resultó muy pesado para una población malacostumbrada al chantaje emocional por parte de liderazgos con cara de yo no fui.
Tanta franqueza de Mulino confunde a la gente, que en el fondo reconoce la virtud de la verdad, pero como este es un pueblo caribeño, requiere de algunos matices que diluyan su carga existencial. Nadie duda que el actual gobierno tiene como prioridad el crecimiento económico, pero tanta franqueza del mandatario denota que no existe una receta indolora.
El ministro de Economía y Finanzas no es más que otro tecnócrata que experimenta teorías a través de su experiencia en la redacción de informes técnicos, que nada tienen que ver con lo que percibe la gente. En cuanto a la seguridad pública, los estamentos basan sus resultados en frías estadísticas, desestimando la sensación de inseguridad que experimentan los ciudadanos y que el gobierno evita reconocer.
Si el presidente Mulino piensa que la psicología inversa es lo que hace, debe saber que los panameños sienten y asimilan su pesimismo cada jueves. Los gobiernos se administran por etapas, no se pueden quedar gobernando con el prólogo. Llegó la hora de escribir los capítulos de la historia con la que pretenden ser recordados, ya que los planes son para desarrollarlos y materializarlos.