- miércoles 03 de enero de 2024 - 12:00 AM
Pongamos en la jaula a los dragones de komodo
Desde la cima del cerro más alto ubicado en la parte izquierda del pueblo, un dragón de Komodo observa atentamente el movimiento de la gente.
Su cuerpo erguido sobre sus patas delanteras deja ver su cabeza fija, su postura estática lo hace parecerse a una estatua.
Cualquiera pensaría que es un juguete de plástico, si no fuera por el vaivén incansable de su lengua y la gran cantidad de saliva que se desliza de su boca.
En las faldas del cerro hay un parque concurrido por niños, es el punto de encuentro donde ellos dan rienda suelta a sus acciones infantiles. Eso, llama la atención del lagarto más monstruoso de la tierra que con su lengua detecta los olores y sabores que le señalan el camino a su presa.
Es un hábil cazador que se mueve con velocidad, su baba es venenosa, ataca al acecho y si la víctima no muere de la mordida que la desgarra, lo hace envenenada por la saliva.
Estos animales caminan impunemente bajo una coraza compuesta por la impunidad, las influencias, la clandestinidad, la inacción de las autoridades y el poco importa de la gente, que según sea el caso, los convierte en los merodeadores más peligrosos.
Cuando atacan los dragones pedófilos o pederastas, desgarran la integridad de sus víctimas y mutilan su humanidad.
Los violados o abusados sienten un dolor indescriptible con cada mordisco que le arranca sus sueños, le aniquila el alma y la inocencia, mientras la baba deshumanizada del depredador se impregna en las heridas.
No existe excusa ni justificación para que estos Dragones de Komodo merodeen libremente.
Periodista y docente