La partera que quiere mejorar el mundo

María Ruperta es partera desde que cumplió 15 años, aprendió el oficio de su abuela y presta sus servicios en los cuatro pueblos interioranos que convergen en vecindad, le pagan a manera de trueque con aves de corral, granos, plátanos, verduras, carne de cerdo o res.

Tiene 40 años y perdió la cuenta de las mujeres que ha parteado en 25 años de oficio, todo pueblerino con dos décadas y un lustro de edad, o menos, fue recibido por las manos fuertes de la comadrona.

Es fácil distinguir a la partera por su lento caminar, su cuerpo robusto, su estatura baja, su piel cobriza, su cabello negro azabache amarrado en dos trenzas, su cuello corto que da la sensación óptica que la cabeza le sale de los hombros, su mirada penetrante por ojos tristes y por los dedos de sus manos enromes.

La apodan manos de hombre, saca bebés, matrona o simplemente Rupe.

A María Ruperta siempre le ha gustado meditar y reflexionar sobre las acciones de la gente, intenta saber porque algunas personas son buenas y otras No, a veces llega a creer que todo se debe a la fuerza de las nalgadas que le dan a los recién nacidos para que lloren y activen sus pulmones.

Ha llegado a preguntarse, si tiene alguna consecuencia en la maldad o la bondad si la acción se da en el glúteo izquierdo o en el derecho. Ella, daría cualquier cosa por saberlo.

Son tantos los humanos malvados que exhiben el vestido de la corrupción, que usan en sus pies las medias de la impunidad, los zapatos del abuso de poder y utilizan ropa interior ajustada a sus intereses mezquinos.

María Ruperta ha decidido, para mejorar el mundo, que antes de nalguear al recién nacido, primero se lavará las manos con agua bendita, luego le dará dos palmaditas en cada nalga, por si acaso.

Esta convencida que el agua bendita le da el poder de traer a la sociedad, personas de bien, que enfrenten la injusticia, que trabajen por el bien común, que practiquen los valores y la ética. Que jamás se vistan de corruptos.

PERIODISTA