Las despedidas a quienes nos preceden al partir al reposo eterno, producen un vacío permanente e irremplazable. Vacío que logra llenarse, en parte, cuando la memoria mantiene vivos un cúmulo de hechos, en los cuales, quien ha partido, supo tener un rol que marcó, con su actuar, sucesos colectivos.
Marisín Villalaz, médico de profesión y doctora en otorrinolaringología, distinguida catedrática universitaria fue -sobre todo y ante todo, una ciudadana actora, de pronto y permanente activismo en las lides estudiantiles, gremiales, comunitarias, cívicas y políticas por más de seis décadas.
Su personalidad, de permanente jovialidad, le permitió tempranamente participar y liderizar actividades de diversas índoles, las cuales hacían crecer su intelecto, su permanente don de gente y, por supuesto, la chispa que siempre la acompañó en las actividades familiares y sociales, en las que sus profundas raíces familiares la hicieron –siempre- ser santeña y hacer vivir el folklore y el amor por la campiña y lo nuestro, que ya llevaba en la sangre.
Desde la huelga de los educadores, en 1979, para no remontarnos más décadas atrás, pasando por las luchas de COCINA, de COMENENAL, de Justicia por Hugo Spadafora y de la rebelión ciudadana de Pito, Paila y Pañuelo, Marisín supo estar presente sin condiciones.
Fueron ella, Astrid Wolf Villalaz y Elkiria Santos, las que la noche del 26 de junio de 1987, se apersonaron y, prácticamente, irrumpieron en la casa de Díaz Herrera e hicieron detonar lo qué después se convirtió, en las jornadas de lucha civilista.
Muy pocos de los que después, por decenas de millares, recorrieron las calles y avenidas capitalinas e interioranas, supieron del arrojo y coraje que estas ciudadanas asumieron en la gestación, de lo que después se conocería como la Cruzada Civilista.
¡Hasta luego, Santeña Ilustre!, nos quedan el mérito de ese grito por Justicia, Democracia y Libertad que supistes dar mejor que muchos y, con él, los sentimientos del alma que nunca dejastes de entonar…
Catedrático universitario