A lo largo de la historia, los regímenes absolutistas han demostrado cómo el poder concentrado en pocas manos tiende a corromper y desvirtuar las instituciones que deberían servir al pueblo. La historia es aleccionadora pues muchos líderes empezaron con promesas de orden, progreso y respeto a los valores democráticos, pero rápidamente sus gobiernos degeneraron en dictaduras que suprimieron toda forma de disenso y libertad individual.
Este patrón alarmante se refleja hoy en la Universidad de Panamá, donde se vislumbra un creciente autoritarismo. La administración de la universidad, con algunos miembros que se mantienen en el poder por décadas, ha comenzado a moldear un ambiente donde se persigue a quienes piensan diferente y se cuestiona el pensamiento crítico. Las organizaciones sindicales y gremiales independientes encuentran cada vez más obstáculos en su camino, enfrentándose a una política de miedo y represión.
Este tipo de conducta no solo es perjudicial para el ambiente académico, sino que establece un precedente peligroso que recuerda a los “feudos” de la edad media, donde los señores se creían dueños de vidas y destinos. La universidad, un espacio que debería fomentar el debate y la innovación, se transforma lentamente en un terreno donde reina la persecución a la disidencia.
Como comunidad universitaria, es esencial recordar que las conquistas en derechos y libertades siempre deben ser defendidas. Los abusos y excesos que se gestan bajo políticas autoritarias no solo debilitan nuestra institución, sino que nos roban la esencia de nuestro propósito educativo y crítico.