Una persona es prepotente cuando se cree superior a los demás y sus conductas lo demuestran. Este tipo de persona tiene una excesiva valoración de sí misma y la particularidad de desvalorar a otras personas al compararlas consigo. El escenario en que se presenta con mayor fuerza es cuando se encuentra en posición de ventaja o poder sobre otros.
Podemos observar este comportamiento en distintos escenarios. Así, observamos posturas que denotan un mensaje no verbal de superioridad, como pechos hinchados, postura de la cabeza y mirada altivas: de ahí la expresión de que mira con el rabo del ojo.
En el ámbito laboral, lo vemos con frecuencia y tiene que ver con el individuo en su relación con el poder. Igualmente, lo constatamos en la política, en esos gobernantes, legisladores o magistrados que muestran una actitud prepotente y, a la hora de comunicarse con otras personas, pretenden imponer su criterio, descalificando la opinión de otras personas.
La prepotencia también las vemos en la intimidad de los hogares, entre cónyuges o compañeros de vida, a través de la forma en que se ejerce la autoridad de padres y madres hacia sus hijos. Las consecuencias de este tipo de crianzas prepotentes son nefastas, ya que tienden a ser replicadas o, en su defecto, a ser reactivas a ellas mismas, generando una mala conducta en los hijos; incluso pueden ser la causa de una relación abusiva.
Una persona que se cree superior a otros no puede generar un intercambio en condiciones de justicia y respeto, ya que, al querer imponer su criterio, no respeta ni escucha la opinión de los demás. La comunicación debe estar basada en el respeto mutuo.