La participación de la mujer en la delincuencia organizada ha experimentado un notable incremento. Desde un punto de vista criminológico, este fenómeno puede ser explicado por diversos factores estructurales, culturales y socioeconómicos.
La globalización y la creciente profesionalización de los grupos criminales han dado lugar a nuevas formas de criminalidad, donde la mujer, antes relegada a roles secundarios, ha comenzado a ocupar posiciones clave dentro de las organizaciones delictivas. Estos grupos requieren habilidades de organización, manipulación y transacciones discretas, competencias en las que muchas mujeres se desempeñan eficazmente debido a su posición social y roles de género que históricamente han promovido el uso de la persuasión y la diplomacia.
Un factor relevante es el cambio en los patrones de socialización. Las mujeres de sectores vulnerables, como jóvenes de barrios marginados o provenientes de familias disfuncionales, se ven cada vez más expuestas a las mismas presiones y tentaciones que los hombres, incluida la búsqueda de poder, dinero y protección. La crisis económica y la falta de oportunidades laborales también influyen, ya que algunas mujeres se ven forzadas a unirse a grupos criminales para sobrevivir o mejorar su calidad de vida.
La feminización de la delincuencia organizada puede interpretarse desde una perspectiva de igualdad de género, en la cual las mujeres han logrado, dentro de los límites del crimen, una mayor autonomía y control sobre sus actividades delictivas. Sin embargo, este incremento no debe ocultar la explotación y las altas tasas de victimización que las mujeres sufren dentro de estos grupos.