• martes 30 de septiembre de 2025 - 12:00 AM

¿La corrupción es invencible?

La corrupción tiene viviendo a la ciudadanía en una creciente frustración. No es para menos, pues los gobiernos se suceden con la promesa de que pondrán fin a ese mal. A pesar que se sabe que no cumplirán con eso, la gente “sigue comiendo cuentos” porque no tiene otra opción. Lo más grave de esto es que debemos aceptar la desatención estatal a las necesidades colectivas, pero la corrupción sigue su reinado.

Esta peste sobrevive porque sobreviven los controles institucionales inutilizados por el poder. Por eso cuando “un encopetado” cae, saltan a la escena una serie de mecanismos legales que impedirán el encarcelamiento, y le asegurarán el disfrute en libertad de sus fortunas mal habidas.

Y viene entonces la pregunta que oculta la decepción y la burla que sienten las mayorías: ¿por qué a los corruptos se les trata “con mano blanda”? En las siguientes líneas, intentaremos explicarte la fuerza de la corrupción. La corrupción tiene empantanada la institucionalidad democrática, atrapando el alma de funcionarios y de ciudadanos decentes. A causa de nuestra indiferencia, “los políticos” han adquirido “patente de corso”, y con ella se logran acuerdos políticos y alianzas electorales, sólo si está claro el repartimiento de contratos, puestos públicos y otras canonjías personales.

Llevamos décadas viendo indolentes cómo transformaron el voto en una mercancía sujeta a “las leyes del mercado”. Una bolsa de comida, unos sacos de cemento o unas hojas de zinc, son suficientes para poner a muchos a aplaudir decisiones gubernamentales, a sabiendas de que atentan contra sus propios intereses. Esto explica que a pesar que las mayorías enfrentamos los mismos problemas, no logramos ponernos de acuerdo en nada, y así “los de arriba” juegan a placer con el hambre de “los de abajo”.

El sistema “funciona de maravilla” cuando los gobernantes no disimulan sus simpatías con los empresarios, y que las mayorías reaccionen con “memes, chats o con el voto castigo”, por el contrario, es signo de insanidad que las mayorías demanden justicia y derechos. Es ese “poco importa” con la corrupción, lo que facilita que los poderosos cierren filas, haciendo que el mal sea imposible de erradicar.