La gran estafa…

En su momento se criticó la posición en contra de algunos ciudadanos con respecto a la ampliación del Canal de Panamá. Esa mala costumbre de descalificar a los que piensan diferente, al grado de estigmatizarlos, sin siquiera, ofrecerles la oportunidad de explicar sus puntos de vistas, es parte del patrón de conducta que describe nuestra herencia religiosa.

‘El que no cree en Dios, es del diablo y hay que quemarlo vivo por hereje', son aspectos de nuestra idiosincrasia, que nos provoca constantes errores. El pragmatismo de otras regiones de mundo, sirve muchas veces como filtro para rescatar algunas buenas ideas en la sustentación de algo, en medio de la euforia que provoca el pensamiento colectivo, frente a lo que parece una buena oportunidad.

Seguramente, la duda que hizo votar No a algunos panameños en el referéndum sobre la ampliación del Canal, no consistía en un acto antipatriótico, por el contrario, podría estar relacionado con la desconfianza ciudadana sobre nuestra clase política y al grupo económicamente influyente.

Años después, observamos con asombro, como algunos de los puntos vociferados por los escépticos a la ampliación del Canal, debido a la forma como fue planteada por el gobierno de turno, se materializaron en perjuicio del país y de sus ciudadanos.

A la falta de controles institucionales y de una Carta Magna que garantizara rendición de cuentas a los que meten la mano y malversan los fondos públicos, la pasada administración de gobierno, interpretó que la bonanza, producto del desarrollo de la obra de ampliación, era fruto de su intelecto y de sus habilidades comerciales, procediendo a realizar la francachela que duplicó nuestra deuda pública, sin la menor transparencia.

Hoy, el grupo que resultó favorecido en su propuesta para ampliar el Canal de Panamá, termina en, entre dicho, la obra. Con más dudas que respuestas sobre la calidad de la misma, y con un evidente sobre costo que amenaza las finanzas del principal activo económico y estratégico del país.

Periodista