• miércoles 13 de abril de 2022 - 12:00 AM

Los falsos cristianos se bañan en el Jordán de la hipocresía 

El enviado del Señor estaba revestido de poderes divinos, que sus enemigos envidiosos atribuían a la magia 

Jesús no nació en cuna de oro. Vino al mundo en un pesebre y jamás olvidó su origen humilde. Sufrió la persecución implacable de los gobernantes judíos impuestos por los emperadores romanos, cuyo imperio de esclavitud e intolerancia dominaba casi todo el mundo conocido entonces. Jesús comprendió que su Padre lo había enviado a la tierra para que con su sufrimiento redimiera el género humano de sus pecados. Y cumplió su misión ofrendando su vida en medio de indecibles torturas con una muerte ignominiosa.

El enviado del Señor estaba revestido de poderes divinos, que sus enemigos envidiosos atribuían a la magia y trataban de desprestigiarlo, pero no pudieron porque sus milagros como la resurrección de Lázaro, la multiplicación de los panes, el haber convertido el agua en vino en las bodas de Canann, no dejaban lugar a dudas. Aquel era el Mesías. Y como comprendía que después de él, desvirtuarían su mensaje de justicia social, dijo que surgirían falsos profetas, que impedirían que se concretaran sus designios.

Tal como acontecía en aquellos tiempos de cruel esclavitud, de explotación del hombre por el hombre y de acumulación desmedida de riquezas, mientras los pobres morían por millares a causa del hambre, mientras en las mesas de los gobernantes que se atribuían el derecho de sojuzgar a los pueblos por un supuesto mandato divino, degustaban opíparos banquetes.

A causa de este egoísmo en la desigualdad social y económica es que de vez en cuando surgen líderes que comprenden el mensaje social que nos legara Jesucristo y encabezan revoluciones con los consiguientes traumas que acaban afectando la economía de los que mucho tienen y de los que naufragan en la pobreza. Por la intolerancia de los falsos cristianos, debido al olvido del mensaje de Jesús, todos perdemos.

Aún estamos a tiempo para llevar a cabo una distribución más justa de los alimentos para evitar la hambruna y la muerte, porque como dijera el papa Juan Pablo II, “En el mundo hay suficientes alimentos para todos”. Es una realidad incuestionable. Sucede que está mal distribuida la riqueza.

Periodista, Escritor y Docente de Periodismo de la UP.

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