- martes 26 de enero de 2021 - 4:19 PM
Esas tardes de cantadera
Quizás muchos de la “nueva ola” desconocen esa experiencia de vivir una de esas cantaderas, las cuales en un pasado, por cierto, reciente, eran el preámbulo a una presentación de uno de los representantes de la música típica.
En lo personal, recuerdo esas que se daban en la pista “Las Palmeras” del ya desaparecido “escenario de la fama”, como se conocía al Jardín Cosita Buena, ubicado en Vista Hermosa, ciudad capital.
Esos encuentros de exponentes de la décima, por mencionar solo algunos, Agustín “Sombrero Pintado” Rodríguez, Antonio “Toñito” Vargas, Prudencio Ramos, los “Miguelitos” Rivera y Cano, los veragüenses “Moyo” Cisneros y “Tano” Mojica; entre otros muchos, que si menciono no alcanzaría el espacio.
Sobre todo, hay que recordar esos duelos de décima entre “Miguelito” Rivera y “Moyo” Cisneros, este último al estilo moderno de Alejandro Sanz, no con una buena voz, pero con un talento incalculable para el canto.
“Moyo” y “Miguelito” en la década de los 90 y parte del nuevo siglo, ratificaron en la élite nacional las cantaderas, y donde se presentaban, los organizadores se aseguraban un éxito total.
Eran muchas las ocasiones en que el público que asistía a esas tardes de cantedera que iniciaban a las 5:00 p.m. y se extendían hasta las 9:00 de la noche; quizás algo más, luego de estas se retiraban del reciento y daban paso a los que más tarde, irían a bailar.
Con una entrada módica de 2 balboas, a veces hasta gratis, usted disfrutaba del talento y conocimiento de todos estos exponentes de la décima, quienes le improvisaban, muchos aún improvisan temas de historia, folklore, actualidad política, geográfica y de lo que usted les solicitará.
Y qué decir del “gallino picao”, donde los exponentes de la décima intercambiaban “dimes y diretes”, muchas veces subidos de tono, que provocaron que en muchas ocasiones, la barra que se identifica con uno u otro, se fueran a los golpes, trayendo consigo la presencia de los representantes del orden público.
Recuerdo una ocasión que el desaparecido “Toñito” Vargas se presentó en un lugar, donde acompañado de mi esposa Tati realizábamos la compra de unos productos del mar.
El dueño del lugar, conociendo la calidad del también llamado “Jilguero de La Miel”, le lanzó un reto amistoso: “Hágame una décima en honor a mi hija”, que con unos 13 años de edad, estaba en el lugar.
No recuerdo el nombre de la joven, pero era un compuesto de dos palabras, “Toñito” miró al cielo, cerró los ojos y en segundo empezó la décima, la cual rimó tal y como el propietario del local, solicitó.
Las cantaderas son una tradición que no se perderá, pese a los cambios que se experimentan, corresponde a las nuevas generaciones mantenerlas vigentes, para que cuando se puedan volver a presentar ante el público, otros que quizás desconozcan de ellas, puedan disfrutarlas y lo que crecimos con ellas, volver a disfrutarlas.