- sábado 15 de octubre de 2011 - 12:00 AM
La envidia es la cara de la derrota
Etimológicamente, la envidia es el sentimiento de tristeza o pesar por el bien ajeno. La envidia es una ponzoña repugnante que va carcomiendo por dentro como un cáncer y destruye las entrañas, arrasa con el alma y también la conciencia de aquellos que se dejan consumir por este pecado. El envidioso siempre anda con una amargura pestilente, derrama en cada palabra rencor, odio, ofensas, calumnias, injurias, confusión y mentiras contra el mundo entero.
Envidia a los niños porque no conoció la inocencia, la sonrisa, los juegos y la alegría; pero también envidia a los jóvenes y a las personas de edad madura. Su envidia va más allá porque igual envidia los éxitos y honores que él no puede merecer porque su mente carnal está llena de gigantes de orgullo, prepotencia, vanidad, celos, dolencias e infelicidad, el envidioso tampoco conoce el amor fraternal. Él envidia a los que ríen, a los que caminan con libertad porque no deben nada, a los que están rodeados de amigos, a los que emplean su creatividad para construir un mundo mejor.
El envidioso no logra sobreponerse a sus ansias de gobernar, de dirigir, de sentirse importante, líder y de recibir los aplausos que se ha negado a sí mismo. El envidioso tiene muchas razones para sentirse frustrado, el pobre busca desahogo para liberarse de las libras de complejos emocionales que desde niño lo dominan. Por ello donde quiera que vaya destila su pus de envidia en contra de aquellos que brillan con luz propia, de aquellos que sobresalen, que tienen carisma, que son felices y bendecidos por Dios.
Mientras el mundo avanza en todas las áreas, el envidioso difama, maldice, humilla y lastima el prestigio y la dignidad de aquellos que conocen la plenitud de gozo. El envidioso jamás reconoce los méritos de sus semejantes ni de autoridad alguna; no siente respeto por nadie, la solución para él siempre será caminos de conflictos, contiendas, irrespetos, acoso, desasosiegos y división; y es que el envidioso, cual perro rabioso, siempre va tras sus presas para devorarlas y llenar aún más su abultado estómago. Las acciones del envidioso siempre los aniquila antes de ir a la guerra; el envidioso también se altera y se embrutece ante la altivez y la risa cristalina de la mujer ajena.
El mejor remedio para el envidioso es buscar a Dios, quien restaura, levanta, devuelve, renueva y limpia de toda impureza el corazón por más entenebrecido que esté, y todas las cosas que se perdieron en el camino, las devuelve. Dios puede ayudar al envidioso a vencer todos sus complejos e infe licidad para que pueda llevar una vida normal e integrarse al resto de la sociedad y producir buenos frutos.
LA AUTORA ES DOCENTE UNIVERSITARIA