El presidente José Raúl Mulino viajó a Japón y se enfocó en buscar inversiones, pero dejó de lado un tema vital: el manejo de la basura. No aprovechó el conocimiento ni la experiencia de un país que ha convertido sus desechos en energía y orgullo nacional. Claro, es cuestión de prioridades: mejor hablar de negocios que de bolsas rotas en Cerro Patacón.
Mientras allá el reciclaje es un acto de disciplina ciudadana —los martes para combustibles, los jueves para plásticos, y el error castigado con la vergüenza pública— aquí reina la improvisación: “cuando pase el camión, si es que pasa”. Y si no, los perros hacen la recolección comunitaria.
Panamá carga con un vertedero colapsado y con pataconcitos en cada esquina, mini basureros donde pululan alimañas, moscas y gusanos. La basura se desborda, se pudre y se convierte en caldo de cultivo para enfermedades.
La otra postal es la de ríos y playas panameñas: botellas, bolsas y empaques que navegan como barcos fantasma hasta sofocar manglares, ahogar peces y manchar arenas turísticas.
Lo que Japón llama “recurso”, aquí es sinónimo de vergüenza internacional. Y la ironía es aún mayor porque todo esto ocurre en el marco de la celebración del Mes de los Océanos, cuando el país debería reflexionar sobre la contaminación marina y comprometerse con acciones reales más allá de los discursos.
Soñar no cuesta nada: separación en origen, compostaje en mercados, responsabilidad empresarial y un servicio de recolección eficiente. Pero eso exige disciplina y decisión, dos recursos más escasos que el reciclaje en Panamá.
Si Japón logra que la basura se vista de kimono y genere energía, nosotros al menos podríamos empezar por no esconderla debajo de la alfombra. Pero claro... prioridades son prioridades.