Después del castigo, ¿qué?

Haber sido delincuente no tiene por qué convertirse en una sentencia de muerte. Se cumplió con el castigo impuesto por la ley, el malhechor saldó su deuda, por lo tanto, ya puede reintegrarse a la sociedad como un individuo funcional. De eso se trata, ¿no?, que aquel que haya perpetrado una falta, pueda rectificar. Sin embargo, para muchos ex reclusos, como en el caso de Juancho, esto no es posible porque son blanco certero del desdeño social y del prejuicio.

“Lo primero que te dicen tus compañeros de celda y hasta los mismos guardias, tú ni sabes, pela’o ya regresarás, allá fuera no hay nada pa’ ti”, afirma con voz entrecortada. Su rostro refleja el cansancio de quien lucha en vano y quien se ha resignado a no obtener jamás en su vida una victoria. “Me equivoqué, le robé a mucha gente, pero ya pagué. Ahora que he cambiado no se me da la oportunidad. De verdad que andar por el camino bueno, es más difícil que ser malo”,  sentencia con evidente amargura.

En Panamá, hay muchos Juanchos, aquellos mancillados por su pasado y, a los que, incluso se les condena más allá de los barrotes de una celda. Viven en la desesperanza, en la impotencia. Viven con las ganas de querer ser mejores, de saldar su consciencia actuando dentro del marco de la legalidad pero se les obstaculiza el poder ejercer ese derecho. Se les impide la posibilidad de demostrar que pueden ser personas de bien, valiosos para la sociedad, porque a la mayoría de la ciudadanía le parece imposible que un criminal sea capaz de reconocer su culpabilidad, tratando de devolverle a la sociedad, a través de buenos actos, algo de la apacibilidad que éste le quitó.

Definitivamente, es un camino de espinas pero está en las manos de todos hacerlo menos tortuoso. Cuando se aprenda a ser más tolerantes y empáticos unos con otros, se caerá en cuenta que la vida no es tan complicada y que, para todos hay espacio para convivir. Realza lo bueno del prójimo que ya lo malo se lo sabe de memoria.

Estudiante de Periodismo