Por un compromiso con la sinceridad y la transparencia en el manejo de los temas de interés público que abordamos desde esta tribuna de opinión, es necesario dejar claro que con el exprocurador Javier Caraballo no me une ningún lazo de interés mutuo, más allá de haberlo conocido en la Facultad de Derecho, intercambiado algunas conversaciones en la cafetería universitaria y otras tantas en el bulevar Balboa cuando ejercía como procurador. Esta aclaración me libera de cualquier sesgo en el planteamiento de fondo que expongo en esta entrega.
En cuanto a experiencia diplomática, no me consta —al menos a mí— que el amigo Caraballo cuente con formación o trayectoria alguna en esa área. Desde que lo conozco, ha estado vinculado a la lucha contra el narcotráfico y la delincuencia organizada, desde su natal Colón hasta ocupar el cargo máximo de procurador, atendiendo los temas de instrucción e investigación.
En la presentación oficial de su designación, efectuada por el viceministro de Asuntos Multilaterales y Cooperación de Panamá, Carlos Guevara Mann —situación que debió corresponder al canciller de la república— no se observan en los créditos del exprocurador méritos académicos en el área diplomática, ni siquiera como agregado cultural o comercial en una embajada o consulado en Haití o en el vecino Costa Rica, únicamente a manera de ilustración de la coherencia del argumento.
El único mérito de Caraballo para ocupar la posición de embajador es haber ejercido en el Ministerio Público diferentes cargos por 23 años, culminando con la jefatura de procurador. Eso podría ser válido para ocupar cargos en la Corte Interamericana de Derechos Humanos o en la Corte Internacional de Justicia, pero no para el cuerpo diplomático.
No tengo idea de qué mente surgió la propuesta de esa postulación —que pasó el filtro del señor presidente y del canciller de la república— pero sostengo que no fue sustentada en méritos ni competencias diplomáticas. El proponente y todos los vinculados a esa designación no repararon en el efecto negativo que podría tener en la población. Están divorciados de la realidad y del sentir del pueblo. Y lo que más lástima me da es que ni siquiera se dan cuenta, porque están nublados por el poder.
Si hoy se hiciera una encuesta, o simplemente un sondeo de opinión, sobre la aceptación o el rechazo de esta designación, me juego la vida —si es necesario— que abrumadoramente sería rechazada, por el simple hecho de que en el país existen muchísimos profesionales con suficientes méritos y competencias para ocupar ese cargo. Los amigos Mario Ruiz Dolande y Olimpo Sáenz son solo dos ejemplos al azar que me vienen a la memoria en estos momentos, sin ningún interés de promover a nadie. Pero la bendita política se impone.
Analista y consultor político