- martes 27 de septiembre de 2011 - 12:00 AM
La cultura del ‘juega vivo’
Cumpliendo con las marcas mínimas, el atleta obtiene el derecho a competir y, quizás, intentará ‘robarse la partida’ para buscar alguna ventaja, oliendo la descalificación, si la maniobra sale mal. Nuestra vida diaria es una constante competencia, regulada por leyes humanas que se precian de ser justas, solo porque dicen dotarnos de iguales condiciones a los luchadores. La oportunidad está en competir; ganar es el producto de disciplina, constancia y esfuerzo, luego de superar todas esas fuerzas e influjos legitimados que aparecerán en cualquier momento, creados precisamente por el sistema para hacerte desistir de tu empeño.
Pero, un buen día, la sociedad descubrió otras vías menos complicadas para triunfar y, para muchos, desde el instante, el mérito y la honestidad dejaron de ser valores importantes; merced a esta nueva visión, quien insiste a seguir íntegramente las reglas del sistema, la sociedad ‘por ser un pobre tonto’, le condena al destierro, en tanto que al que ‘juega vivo’ se le escribe poemas y se le destacan sus proezas. Por eso es que cada día hay más jóvenes que prefieren ‘jugar vivo’, sabiendo que sus aspiraciones son inmerecidas. Todos deseamos convertir a Panamá en el gran país de las oportunidades; sin embargo, duele reconocer que en la lucha por sacar beneficios de esa privilegiada condición, ricos y pobres, por distintas razones, se resisten al orden legal, pero todos parecen estar dispuestos a sacar de ella todo el provecho posible, sin importar si se es merecedor o no de esas oportunidades. Esta predisposición anímica es el caldo de cultivo ideal para que germinen la corrupción y otros vicios de la misma matriz, pues para ‘quebrar’ la voluntad de la ley, ya sea negando o concediendo la oportunidad que la misma prometió al ciudadano, al final queda a discreción del funcionario.
En la calle encontramos abogados que ‘jugaron vivo’ y que hoy ejercen la profesión con incompetencia, exhibiendo su incapacidad en la burocracia o en la política, sin rubor de sí mismos ni de sus evidentes limitaciones. Todo ha terminado como en los juegos de naipes: un buen padrinazgo supera los títulos y honores académicos; un romance tempestivo da más puntos que el más complicado de los concursos de oposición. Ante esta deformación integral psíquica y espiritual, el talento terminará por ser un perfecto desconocido, la honestidad y el honor serán confinados a los museos de horror, y la decencia, por inquieta, eventualmente nos atreveremos a sacarla a tomar el sol.
EL AUTOR ES ABOGADO