En el oficio periodístico de nuestros días, una paradoja se repite como eco en las redacciones: el periodista quiere contar historias, pero el tiempo y el formato se lo impiden. Así, entre la urgencia por informar y la presión por generar clics, el periodismo ha empezado a hablar con una sola voz: la de la plantilla.
Durante décadas, los géneros periodísticos han sido más que herramientas; han sido formas de mirar el mundo. La noticia y la entrevista, por ejemplo, informan con celeridad. Pero hay otros géneros —como la crónica, el perfil o el reportaje— que abren espacio a la exploración narrativa, al contexto, a la humanidad detrás del dato. Sin embargo, estos géneros parecen hoy estar en vía de extinción.
¿Por qué? La excusa frecuente es la falta de espacio o de tiempo. Pero habría que preguntarse si el verdadero obstáculo no es la falta de voluntad para apostar por la calidad. En lugar de incentivar la mirada única del reportero, muchos medios optan por fórmulas repetitivas que garantizan eficiencia, pero ahogan la creatividad. El periodismo de plantilla produce más y más rápido, sí, pero también empobrece el mensaje.
Y, sin embargo, ¿acaso no es la creatividad el alma del periodismo? Un periodista que escribe una crónica o un reportaje bien trabajado informa, conecta, contextualiza y emociona. Le da sentido a los hechos, y con ello, le devuelve al lector su capacidad de comprender el mundo más allá del titular.
Hoy más que nunca, urge reivindicar el equilibrio: informar con rapidez, pero también con profundidad. No se trata de elegir entre noticia o narrativa, sino de combinar ambas con inteligencia. Porque el verdadero periodismo no solo responde a qué pasó, sino también a por qué importa.