• viernes 28 de julio de 2023 - 12:30 PM

Coronel Roberto Díaz Herrera, un hombre que aportó su grano a la democracia

Este ciudadano puso en juego la vida de su familia y la propia para denunciar a su compañero de armas

Díaz Herrera llegó a decirle a Noriega en la cara: “¡Cállate la boca criminal de mierda que has ensuciado el uniforme que tanto hizo brillar Omar Torrijos! ¡Has convertido la Comandancia en una sucursal de los carteles colombianos y hasta has copiado sus métodos criminales, como lo mandaste a hacer con Spadafora…y algo más!”

El domingo 26 de julio de 1987 fui advertido, a eso de las nueve de la noche, del asalto que le iban a dar a Roberto Díaz Herrera. Recuerden que este coronel hizo públicas las aberraciones que se cometían en los tiempos de Noriega.

Este militar comenzó a cantar el 6 de junio de 1987 y lo callaron en la madrugada del lunes 27 de julio de ese mismo año. Por el privilegio de contar con la clarinada decidí que la radio América, de la cual era gerente, transmitiera la toma de la casa de Díaz Herrera ubicada en el exclusivo barrio del Golf del corregimiento de San Francisco. Admito que Roberto Díaz Herrera estuvo en el vientre de la bestia cuando se daban hechos cargados con mucho horror. También reconozco que este ciudadano puso en juego la vida de su familia y la propia para denunciar a su compañero de armas. Sé que muchos no perdonan el papel de Díaz Herrera en los tiempos de Omar Torrijos y después los 4 años cerca a Noriega. Debo reconocer, a fuerza de ser sincero, que el poco tiempo que estuvo al lado del MAN, fueron épocas de mucha turbulencia donde Díaz Herrera no pudo más hasta que explotó. No solo fue el fraude orquestado por Noriega en las elecciones del 6 de mayo de 1984, también lo fue el crimen más abominable cometido, según él, bajo las directrices del hombre que comandó a las mal llamadas fuerzas de defensa. El país quedó mudo cuando el 13 de septiembre de 1985 aparece el cuerpo decapitado del doctor Hugo Spadafora. A pesar de los intentos por desvirtuar la génesis de ese crimen al final se comprobó que el autor intelectual fue Manuel Antonio Noriega.

Díaz Herrera vivió un laberinto cuando tenía como jefe a Noriega. Este coronel provocó el alzamiento popular a través de la Cruzada Civilista Nacional y me atrevo a decir que sus luchas fueron vitales para que se dieran los hechos de la noche del 19 de diciembre de 1989.  Según Díaz Herrera. “Había pedido mi jubilación el 25 de mayo. Firmé mis documentos ante Balbino Valdés, subdirector legal del ejército. Ese mismo día llegó a mi despacho el teniente coronel Teodoro Alexander que actuaba como secretario ejecutivo de Noriega. Era alguien decente y caballeroso, aunque mi secretaria que lo atendió Graciela Zarak me dijo que venía muy alterado. Yo estaba en mi despacho privado atendiendo a la señora Irene Guerra de Delgado-que me había ayudado free lance en traducciones meses antes- para darle un mensaje a su marido abogado y hoy diputado Hernán Delgado. Les avisaba más por Irene que les estaban haciendo un seguimiento telefónico. Le dije a mi secretaria que cuidara a Irene hasta que pudiera salir e irse sin peligro. Hice que me pasaran a Alexander. A pesar del aire acondicionado sudaba y lo vi nervioso.  Yo sabía por qué. Un par de días antes el capitán Mario Del Cid, del G-2 me llamó pidiéndome una cita “personal y no oficial en mi casa”. Tenía yo unos 4 meses de no ir- sin consultar a Noriega- a la Comandancia. Sabía que G.2 siempre es G.2, pero le dije que fuera. Mario, como docenas de oficiales eran mis alumnos en Seminarios de Capacitación Política. Y lo que le dije dizque “privadamente a Del Cid” sobre lo perverso y negras actividades de su jefe máximo- quedando él asustado- aunque me juró antes de irse que solo quedaba con él, obviamente lo había dicho a Noriega. ¡Iba recargado de asombro!

Arriba en el despacho el MAN me esperaba con todo su Estado Mayor, Marcos Justine, Alberto Purcell, Elías Castillo, Ángel Mina, Leonidas Macías y Bernardo Barrera. Todos conocían por Del Cid que yo había llamado a MAN “narcotraficante, criminal, que ensució el uniforme haciéndose socio de Pablo Escobar y otras adjetivaciones. ¡Lógico, me esperaba el tigre con sus cachorros! -Permiso mi coronel, dice mi general que suba enseguida- me dijo Alexander. Confieso que lo maltraté un poco con palabras y gestos y él solo era el mensajero, pero mi voltaje interior andaba más alto que 220. Tres de los testigos antes citados que presenciaron lo que luego ocurrió aún viven. El asesinato brutal dos años antes de mi amigo personal Hugo Spadafora y la forma animalesca de sus torturas y decapitación y mutilación, aún rondaba en mi mente como pesadilla de hasta dónde habíamos llegado en crueldades hacia la sociedad. - ¡Dile a tu general que yo subo cuando me salga del forro de mis coj…… y ya lárgate! -

Obvio que tenía que trasmitir en vivo a Noriega mi mensaje.  Era un preaviso del tsunami que nos venía. Antes de salir de casa le dije a Maigualida, mi esposa, “que si no la llamaba en 4 horas se asilara con mis hijos en la embajada venezolana”. Era aún venezolana. (No había celulares y un escenario posible para mí era que me enviaran a la cárcel Modelo por lo que ya sabía que ocurriría)

Cuando decidí subir, primero me dije “Roberto, anda primero al baño”, y así lo hice. Yo iba como una granada humana, pero contenida. Por la lluvia de sucesos que ocurrieron en el despacho de Noriega, debo resumir. Él fingía leer documentos en su escritorio de pie. El salón lo llenaban una decena de rostros de piedra de coroneles que al saludarlos uno a uno por sus nombres solo callaron sin responder al saludo, con excepción de Barrera que respondió. El silencio era total. Yo ocupé mi asiento oficial, el lado izquierdo del sofá de tres puestos donde normalmente el otro, superior en rango, se sentaba normalmente a mi derecha. Pero Noriega no quiso sentarse a mi lado y lo hizo frente a mí en una butaca. Solo nos dividía una mesita rectangular y baja de altura de vidrio con un par de adornos.

¡Cómo lo esperaba, él quiso comenzar la refriega! “Mira, te he mandado a buscar porque andas hablando vainas ante mis oficiales.” Y le corté su regaño del cuajo con un manotón en la mesita. - ¡Cállate la boca criminal de mierda que has ensuciado el uniforme que tanto hizo brillar Omar Torrijos! ¡Has convertido la Comandancia en una sucursal de los carteles colombianos y hasta has copiado sus métodos criminales-, como lo mandaste a hacer con Spadafora… y algo más! Nadie se movió y el silencio continuó. Noriega volvió a hablar buscando sorprendido aplicar su rango ante sus hombres. - ¡Mira lo que te estoy diciendo es que no voy a soportar…! ¡Y otro manotazo mío en la mesita lo interrumpió y las luces se apagaron y se encendieron en segundos! - Él quedó paralizado y buscó una excusa: “Bueno, arreglen esta vaina que voy a responder una llamada de Abraham desde Washington. Y nadie había llamado. En verdad como luego lo vi, él fue a llamar a la UESAT, la unidad de élite preparada en Israel que estaba ubicada en Amador, entonces a menos de 20 minutos de auto de la comandancia.

¡Quería tener tropas armadas y he sospechado que pudo creer “que si Díaz Herrera se atrevía a hablarle así era porque dos o tres coroneles preparaban un golpe contra él”! ¡Lógica de un espía! Aproveché el lapso vacío y sabía que tenía que irme. ¡Ya no cabíamos los dos! Ordené al coronel Ángel Mina, entonces con el cargo de G-1 (Personal) que publicara ese día, 25 de mayo en la Orden General del Día mis vacaciones por 30 días y que el 1 de julio del 87 publicara mi jubilación como jefe del Estado Mayor.

Al rato Noriega reentró al salón. “Bueno, ¿y qué han decidido?” Venía más tranquilo… ya tenía tropas. “Que hoy salgo de vacaciones y el primero de julio publican mi jubilación y yo me largo para el carajo y mejor que todos nos metamos la lengua porque si lo que pasó hoy sale se forma el trepa que sube. Al sentarse él me levanté y fui a su sillón y ante su asombro le abracé y le dije: “Bueno Tony, allí te dejo tu Comandancia de papelillo y te deseo suerte”. Lo recibió nervioso y asombrado. Yo actuaba en modo automático, tragándome mis nervios. Caminé por el pasillo interior y pasé raudo entre la fila de unos 60 hombres de la UESAT que sentí me miraban como si fuera una diana de tiro. Y salí rápido al centro del edificio donde me esperaba mi escolta especial Gregorio Escobar y con señas le avisé vámonos rápido de este mierdero. Bajamos al patio interior donde mi auto me esperaba con el conductor sargento Rodríguez. ---¡Plomo, hasta mi casa! Les dije. El Volvo voló por la avenida A rumbo a casa y a la altura del mercado del Marisco tomé un periódico- siempre llevaba alguno- y me lo coloqué entre las piernas para esconderles mi tembladera … (un amigo asturiano me dijo un par de años después una frase que tal vez tenía que ver entonces conmigo: - El indeciso siente miedo antes de una batalla, el cobarde durante la batalla, el soldado con valor lo siente después de la batalla –

Llegado a casa fui a abrazar a mi esposa e hijos menores. Me encerré a pensar y di orden de no recibir a nadie. Hice tres excepciones en ese interín: la visita del general israelí de Mosad Mike Harari, estacionado en Panamá haciendo negocios con Noriega, el Rector del Instituto Einstein- donde mis hijas y las de Noriega estudiaban- y de último la visita de mi amigo personal el gran político dominicano José Francisco Peña Gómez; llegaba acompañado de mi sobrino Martín Torrijos. Los dos primeros me pedían por igual “que sabían de los hechos ocurridos, que todo podía arreglarse y que por favor no agitara más las aguas. A ambos le dije: “Tranquilos, estaré callado y en calma.” Peña, político hábil y vicepresidente de la Internacional Socialista, fue más allá y me pidió autorización para negociar con Noriega “que me diera la embajada de Japón y el consulado de Yokohama”. Le dije que lo autorizaba, pero sabía que ya había cruzado un punto de no retorno. (No me sentiría bien siendo un diplomático al servicio de MAN y además él podía nombrarme y sacarme al día siguiente)

Solo acepté otra visita de 5 minutos la de mi amigo José Luis Rodriguez “El Puma”, que iba a Tocumen de viaje y quería bendecirme. “Sé que tienes una misión mi hermano, Dios está contigo”. José Luis para entonces estaba muy evangélico. El resto de los días hasta el 6 de junio de 1987 me encerré a cavilar internamente en mis laberintos mentales. Solo acepté conversar con mi primo hermano el sacerdote ya casado Carlos Pérez Herrera. Confiaba totalmente en él. Cuando al final y a horas de mis declaraciones que incluyeron por estrategia “echarme lodo adrede” (para que el pueblo o buena parte me creyera, ante la natural suspicacia lógica ¿por qué creerle si era parte de ese grupo?, Carlos no estuvo de acuerdo. Temía por lo que terminó sucediendo, por mi vida y la de mi familia. El testimonio de Díaz Herrera es aún más largo. De esto y mucho más encontrarán en el tercer libro que estoy preparando. Es el producto de muchas horas de entrevistas con este coronel, las cuales se dieron en plena pandemia.

¿Qué pasó en la madrugada del 27 de julio de 1987?

Expresa el coronel… “Y para no hablar yo- que ya lo he hecho- del brutal asalto armado con gases y balas vivas que solo la mano de Dios nos permitió esquivar la muerte, prefiero como primicia de esta fecha pasar la palabra a uno de los propios soldados enviados por Noriega, años más tarde ya como un sargento jubilado: Quería, me dijo, no morir con ese cargo de conciencia y vergüenza. Se trata de Amador Vergara Castillo quien hizo declaraciones bajo juramento ante el Notario Quinto Jorge E. Gantes. Y colocaré algunos párrafos de su testimonio del 13 de marzo del 2017:

“Declaro que participé como miembro del Comando de Operaciones Especiales, junto al Batallón 2,000 con unas quince tanquetas, la Fuerza Aérea con helicópteros artillados, personal del G-2 junto a la UESAT unidad antiterror ese lunes 27 de julio de 1987 en lo que se llamó UNA ORDEN DE BATALLA por órdenes del General Noriega contra la casa del Coronel Díaz Herrera. Se buscó a un Fiscal para que pareciera que era legal; yo solo cumplía órdenes. Yo sabía que en esa casa dormían mujeres y niños, la suegra que perdió unos días antes a su esposo infartado. Luego el Coronel Wong al no salir como se le pedía al coronel (Díaz Herrera) dio la orden de disparar con balas vivas contra la casa y ocupantes. Fue un acto militar innecesario, cruel e inhumano, porque sabíamos que allí no había armas fuertes, y de esa casa nadie nos disparaba y nunca opusieron resistencia. En todo caso el acusado de rebelión era él y no su esposa y niños pequeñitos ni las mujeres y otros menores. Fue tal la acción militar violenta que luego esa casa quedó maltrecha con vidrios rotos y las puertas destruidas como venganza. Mi espíritu cristiano además de ser sargento jamás acepté en mi interior que esa acción violenta y cruel se justificaba”