- jueves 20 de diciembre de 2012 - 12:00 AM
23 años después de la invasión
H an pasado 23 años de aquel fatídico 19 de diciembre, cuando, aproximadamente a las 11:30 de la noche, se inician los bombardeos al Cuartel Central de la Guardia Nacional de Panamá.
Invasión militar en la que Estados Unidos masacró a cientos de panameños que defendieron la tierra que los vio nacer, la soberanía, un ideal, no a un hombre.
Los pueblos perdonan, pero no olvidan. Como panameños jamás podremos olvidar que la milicia gringa masacró nuestra población. Un pueblo desarmado, indefenso, hospitalario y bueno. ¿La excusa? Apresar a Manuel Antonio Noriega. Pretexto innecesario.
Cayeron los hijos de Juana, hijos del pueblo, jóvenes nacionalistas valientes que prefirieron morir antes que ver invadido su país y las atrocidades que dejan los yanquis y sus tanques de guerra en los pueblos que sucumben.
No hay rencor por la tragedia, pero sí un dolor profundo por la humillación y prepotencia. No hay resentimiento por el ultraje, pero sí la concepción clara de que debemos trabajar para que no se repita jamás.
Generalmente, las grandes potencias masacran a los pueblos pobres y de cultura dispersa, porque nuestros pueblos sufren de amnesia, corta memoria y un corazón partido por el sufrimiento de la pobreza y la desesperanza, a la cual ellos nos empujan.
A escasos 49 años de la masacre del 9 de enero de 1964, nuestros estudiantes ya desconocen los acontecimientos; cuando jóvenes de diferentes colegios fueron reprimidos y masacrados por el ejército de Estados Unidos, cuyo único pecado fue amar, respetar y defender el tricolor nacional. ¡Aún se siente el olor a sangre, en la avenida de Los Mártires!
La primera incursión norteamericana en el Istmo fue con el tratado Bidlack–Mallarino en 1848; en 1856 con el Incidente de la Tajada de Sandía y, sucesivamente, en 1904, 1925, 1964 y 1989.
Este pueblo conoció la invasión, resistió y ha perdonado. Es bueno perdonar porque el rencor desnaturaliza, envilece y enferma, pero tenemos que recordar y dormir con un ojo abierto y el otro también, ante tanto atropello e injusticia social, económica y política, para que no se repita.
Nuestro análisis sintetiza un dolor, no rencor; un recuerdo y no resentimiento, pero, independientemente, debemos aprender a exigir nuestros derechos sin humillarnos.
Los pueblos son más grandes cuanta más memoria conservan. Estados Unidos monta una organización para conmemorar el 11 de septiembre, cuando destruyeron las Torres Gemelas. Ellos impedirán que el mundo lo olvide, pero procurarán echar tierra sobre el daño que han hecho a pueblos como Hiroshima y Nagasaki, Iraq, Irán, República Dominicana, Panamá y otros. Quien desconoce la historia está expuesto a repetirla. ¡Dios te salve, Panamá!
*ECONOMISTA, EDUCADOR Y HUMANISTA