- martes 12 de junio de 2018 - 12:00 AM
Jalil Gibrán tenía un cuento que se llamaba ‘Las leyes'. Narraba que mil sabios hicieron —a solicitud del rey —un conjunto de normas para el pueblo. Para sorpresa del rey, salieron mil leyes, lo cual lo entristeció, pues no sabía que había mil tipos de delito. Ahí pensando, descartó ese trabajo loco y redactó unas siete nuevas, que le parecieron suficientes. Como era de esperar, los legisladores estos se enojaron y decidieron llevarse esas que habían escrito a sus pueblos, y así explicaba Gibrán que existan tantas leyes, pero también tantas cárceles y delitos.
Nosotros tenemos una asamblea de diputados, igual que en muchos países, solo que muchos de los nuestros cobran hasta por dormir, días que no existen y nos cargan la cuenta de varios almuerzos en un día. Cuando los invitan a otros países con atenciones incluidas, ellos igual recaudan viáticos y si pueden, meten más facturas. Pero... ¿qué vamos a hacer? —dicen algunos —y concluyen: este es el país del juega vivo. En efecto, hablan así como quien se pone de ladito para el enema sin siquiera preguntar por qué se lo recetaron.
A diferencia de esos sabios que solo fueron llamados a escribir leyes, nuestros diputados tendrían que representarnos y velar por los intereses de los circuitos que los eligen, y hacer lo propio con el país. Es decir, más allá de proponer leyes que cuesta implementar, porque con una mano se propone un presupuesto y con la otra se tragan la plata en viajes a la nada, botellones de cuello blanco y 'living la vida' loca en general, lo que se espera es que por lo que ganan, tengan la amabilidad de trabajar.
A mí me encanta cuando los veo debatir. Me los imagino como los sabios de Gibrán, pero mejor, pensando en lo que sufren las calles por donde fueron pidiendo adeptos. Cuando no debaten, cuando negocian su voto, pasa lo del cuento, que se llena el país de crímenes e injusticias.