- martes 29 de octubre de 2019 - 12:00 AM
No es una epidemia. Lo que está ocurriendo en América Latina muestra la consecuencia de modelos sociales y económicos que juegan en contra de las personas como usted y como yo, a quienes la vida no les concede un centímetro de facilidad, quienes - a pesar de trabajar honestamente - nos vemos obligadas a presionar burócratas para que nos paguen a tiempo, quienes tenemos que presentar pruebas para que las empresas no nos facturen cargos de servicios no consumidos, quienes tenemos que revisar que cuando compramos, nos están cobrando lo correcto y quienes a lo largo de nuestras vidas hemos aprendido que no basta con ser, sino que también debemos convencer.
Lo que pasa hoy en Chile, Ecuador o Costa Rica es un caldo a fuego lento y que viene ocurriendo en Norteamérica y Europa como sucio que se acumula bajo la alfombra, porque a ellos no les gusta admitir que tienen pobreza y que tampoco saben ocuparse de ella. Hace mucho tiempo vi una película francesa llamada La Heine (El odio), del director Matthew Kassovitz, en la que un estallido social desencadena en la muerte brutal de un joven en medio de una protesta. Esa escena donde los policías golpean salvajemente a un adolescente de 17 años se repite hoy ante cientos de cámaras y redes sociales, que nos muestran que la represión policial no ha sido superada y que en vez de entrenarse para abatir delincuentes, se curten con gente humilde reclamando justicia. Ante un toque de queda completamente absurdo, los chilenos han aprendido que la Democracia no es votar en las elecciones y que es la desigualdad la que inicia el fuego en el que arde la privatización de los servicios públicos enajenados.
Los aspirantes a gobernar nuestros países deberían entender que hay un punto en el que la gente se cansa de ser golpeada y que llega un momento en el que ya no sienten más el miedo al arma del policía tanto como la desesperación por la injusticia y la rabia por ver cómo se burlan de nuestros pueblos con tanta frialdad y desconsideración.