“De Camino y sin rumbo”: una pieza llena de simples grandes cosas

Aquel arco humano que atravesaban los doce, nos invitaba a entrar a su realidad o quizás, era su deseo por salir de ella
  • jueves 14 de octubre de 2021 - 7:23 AM

Dos filas de jóvenes, vestidos con colores pasteles y otoñales, ingresaron al patio central del Ministerio de Relaciones Exteriores, la tarde del domingo 10 de octubre, para así dar inicio, precisamente, a la 10 versión de PRISMA-Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, que vuelve con un formato mixto, tras un año de virtualidad obligatoria, por la pandemia.

Justo antes de ingresar, sus ‘coaches’, (Omar Román de Jesús, Carlos Sánchez Falú y Rafael Canals) de la compañía estadounidense Boca Tuya, les chocaban sus manos, dándoles ánimo -casi como un ritual de traspaso de energía y talento- para enfrentarse al público nutrido que los esperaba puntualmente. Y no era para menos, este año, los doce jóvenes seleccionados para formar parte del PRISMA LAB JUVENIL, tenían la siempre difícil tarea de abrir el telón de la fiesta de la danza contemporanea de Panamá.

Una semana de ensayo fue suficiente para que estos chicos, provenientes de diferentes fundaciones y programas sociales, nos dejaran el corazón atravesado por sus verdades hechas movimiento, solo en los primeros minutos. Los intérpretes nos dejaron ver desplazamientos y rutinas sencillas, alejadas de los vicios de los que practican las técnicas de la danza, pero definitivamente, cargadas de honestidad y pulcritud en sus secuencias.

Ellos contaban su historia, mientras que los observadores nos reponíamos del nudo en la garganta -al menos yo-, que nos producía el montaje en su inicio, junto a la guitarra lastimera y la interpretación de Chavela Varga de la canción “Las simples cosas”, como fondo.

Los jóvenes se estiraban, como si despertaran a la vida, desconociendo lo difícil que puede ser vivirla; pausaban esa ingenuidad y al reconocer la realidad iniciaban la carrera intrépida por ser libres. Ese deseo frustrado del cual resultan ser presos tantos jóvenes provenientes de barrios en condiciones vulnerables. Ese escape es el intento continuo de tantos iguales que buscan huir de la colectividad.

De pronto la histeria y la energía se apoderaron de los bailarines, que acompañados por el tema “Fiesta de Locos” de Calle 13, nos permitían reconocer otro color y sabor de nuestros barrios, esa identidad -tal vez- que ovacionó el público reunido en el histórico edificio de la Cancillería de Panamá.

La coreografía estuvo cargada no solo de una variedad de temas musicales, sino que también y al mismo tiempo, las imágenes, los momentos y los símbolos, se convertían en una crítica en muchas direcciones. Ese puente humano, sobre el que pasaba un joven tambaleante nos confronta sobre la cuestión de una juventud que tiene que pasarse encima, unos a otros, para avanzar, pero que, a su vez, nos enseña que sin más camino la ayuda de muchos o el sacrificio de tantos, puede ser la solución o la forma de construir algo.

Aquel arco humano que atravesaban los doce, nos invitaba a entrar a su realidad o quizás, era su deseo por salir de ella. Vuelven a correr y es importante destacar, en este sentido, que la manera de huir de sí mismos, con una cualidad de movimiento tan natural, es envidiable por muchos que se dedican al estudio y práctica de la danza contemporánea.

Por esto tendríamos que aplaudir el trabajo de años que viene haciendo el equipo de Enlaces de la Fundación Espacio Creativo y Danzárea de la Fundación Gramo Danse, que no solo se han convertido en puente entre los estudiantes de los programas y el arte, sino que además les han dado un motivo.

En la pieza se reivindicó a las mujeres, se confrontaron algunos de sus miedos y pudieron dos jovencitas, en nombre de muchas, decirle ¡Basta! al opresor. Ese duo femenino en el que se figura que solo una mujer puede ser la sombra de otra, también nos indica que ellas deben sentirse cómodas consigo mismas sin las etiquetas sociales.

En los silencios de la puesta en escena se escuchaba la melodía de las olas del mar, que golpean los muros del Casco Antiguo de la Ciudad de Panamá, para que finalmente entre una transición y otra, pudiéramos entender que, a pesar de todo, estos jóvenes conservan la felicidad en sus corazones y por eso tienen el poder de “inventarse un final”.

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