Violeta y su estetoscopio
- martes 01 de octubre de 2013 - 12:00 AM
Como bien dice el refrán: ‘Dios los cría y el diablo los junta’. Edwin no era de los que andaban buscando una mujer bonita o pechugona. Él quería una con títulos académicos, porque esas suman y suman de verdad, no como las otras que por la cara bonita quieren que las mantengan y les compren de todo sin aportar nada. Había tenido un sinfín de novias, pero con ninguna había querido casarse, porque, para su mala suerte, ninguna pasaba del bachillerato e incluso algunas ni la premedia, antes primer ciclo, habían concluido.
‘Antes de diciembre la encuentro’, le contestó a su madre, quien lo tenía agobiado con el tema del matrimonio y hacía alusión a que su edad era avanzada y que se agotarían las fuerzas para poder ver, cargar y malcriar a los nietecitos. Ya todos tus hermanos están casados, eres el único que aún no alza vuelo. ¿Cuándo? Repetía su madre.
Fue en ese peregrinaje de transportista pirata que conoció a Violeta, quien, por su indumentaria, haría pensar a cualquiera que era doctora: su bata blanca, su estetoscopio y su habla que denotaba mucha sabiduría científica. La mujer se acogía a la panameñísima expresión: ‘No era ni bonita ni fea ni gorda ni flaca’. Durante el trayecto la mujer recibió varias llamadas en las que dictó indicaciones para el cuidado de unos supuestos pacientes; ya se aproximaban al puente que une el continente cuando esta dijo: ‘Señor, voy para la clínica Santa Azucena, ¿por casualidad va usted por esa ruta?’. En este momento a Edwin le pareció que era una dama interesante y que, de seguro, Diosito la había puesto en su camino, y aunque no iba por esa ruta le dijo que sí. Él empezó a recogerla todos los días y la presentó a su familia, en 15 días ya estaban casados. Nunca supo por qué, pero la mamá de Edwin tenía una dudita, que se disipó para el cumpleaños de la nuera, cuando ella recibió un montón de ramos de flores, todos con mensajes para la Dra. Violeta, de parte de los compañeros, los cardiólogos sutano y mengano, otros de antiguos pacientes en agradecimiento por la curación.
Pasados tres meses de convivencia, la suegra, que reclamaba la preñez inmediata de la nuera, se le presentó en la clínica: ‘Por favor, dígale a la Dra. Violeta que la busca su suegra’. De inmediato, dijo la recepcionista y anunció: Dra. Violeta, Dra. Violeta, tiene una visita en recepción. No tardó en aparecer la doctora llamada, una dama que en nada se parecía a la que buscaba la mamá de Edwin. Ambas se miraron asombradísimas y sin saber qué decir. Fue la suegra quien rompió el silencio y exigió a gritos que llamaran a la Dra. Violeta. ‘En todo este complejo hospitalario solo trabaja una Dra. Violeta y es esta, señora, no insista, le contestó la recepcionista.
Esa no es, esa no es, gritaba la doñita, quien formó su pataleta hasta que le mostraron documentos y listas que le confirmaron que su nuera no laboraba allí. Cuando se lo contó al hijo, este se negó a creer y la acusó de calumnia. Pasó a la hora de siempre a recoger a su mujer y así estuvieron dos semanas más.
La sospecha de Edwin surgió cuando, pelando unas papas para freírle a su mujer, se cortó el dedo y empezó a sangrar, lo que hizo entrar en pánico a Violeta, quien gritaba histérica como si jamás hubiese visto sangre. Agobiado por un mal pensamiento, decidió espiarla en un punto cercano a la clínica, de donde la vio salir pocos minutos después de haberla dejado. Violeta subió a un auto que parecía esperarla. No dudó en seguirlo. Para su sorpresa, el carro se estacionó en ‘El Farolito Verde’, un sitio de mala reputación. Y la vio bajar sin bata y sin estetoscopio. El seguridad la saludó como si la conociera de siempre. Edwin bajó y la tomó del brazo reclamándole, pero Violeta le respondió: ¿Qué doctora se va a fijar en un pataenelsuelo como tú, pendejo?
Edwin se fue desolado, pero dispuesto a pelar el ojo la próxima vez que viera a una mujer con aires de sabionda.