Viejo pero no pendejo

- domingo 01 de marzo de 2020 - 12:00 AM
Juana estaba estresada, tanto era la preocupación, que tenía fuertes dolores de cabeza, que hasta tuvo que tomar acetaminofén para calmar un poco el dolor . No era para menos, tenía cinco chiquillos que iban para la escuela y no tenía donde caerse muerta, como se dice cuando estás en limpia.
De los cinco, tres iban para la primaria y los otros dos, para premedia. El tiempo era su peor enemigo, faltaban pocos días para inicar el año escolar y por más rifas y guantú que había hecho, no tenía ni para comprarle lo esencial de los útiles escolares a uno.
A pesar de tener cinco come arroz, Juana, todavía mantenía un cuerpecito que podía dejar babiados a cualquier jubilado que quisiera tener una aventura por allí. Sentía que se le caía el cielo y la tierra y todos los planetas encima; pensó en la estrategia de ir al parque de Santa Ana en la tardecita, para ver si se levantaba un viejo, que le diera para comprar los arreglos de la escuela, y si tenía que acostarse con él, no le quedaba otro remedio.
Se arregló bien bonita, con un pantalón jeans a la moda, roto en los muslos y rodillas y unas sandalias que había comprado en un baratillo en La Central; se puso una chaqueta de tiras que le dejaba la espalda descubierta, mostrando unos tatuajes de flores y las iniciales de sus cinco hijos. También le dijo a su vecina que le hiciera blower y le pusiera uñas falsas. Cuando eran las seis de la tarde, Juana, se hizo la señal de la cruz y se fue al parque. Al llegar observa a varias hombres mayores que se sientan en las bancas a tomar su vuelve loco y atrajo las miradas.
Se ubica en una de las bancas vacías y se queda allí, cuando de repente se acerca un señor negro de color, vestido de manera decente con zapatos negros, que parecían un espejo, de lo brillante que estaban. Se saludan e intercambian los nombres y comienza la buena química entre ambos; la invita a cenar al restaurante Coca Cola y entre cucharadas de arroz, ella lo invita a su cuarto, ubicado en calle 17 de Santa Ana. No le agradó tanto a él la invitación, porque ese sector hay bandas delictivas que podrían atentar con su vida.
Se llenó de valor el jubilado y acepta ir a visitarla, antes debe pasar por unas viejas escaleras de madera; cuál fue la sorpresa del hombre; los cinco chiquillos que estaban en el cuartito sin camisa y mal vestidos; por lo que le vino a la cabeza que esa mujer tenía muchas necesidades y se imaginó que la pedidera que le esperaba era muy grande.
Antes que anocheciera ella lo acompaña a la parada y él le dice que la llamaría para verse posteriormente. Han pasado los días y la llamada no llega; no le quedó más a Juana que seguir haciendo sus rifas y wantú, porque el jubilado nunca apareció.