Vaya, vaya

Los otros clientes miraban con fastidio a Medea, quien revisaba con rigor las frutas mientras maldecía a los cochinos 
  • jueves 18 de febrero de 2016 - 12:00 AM

Los otros clientes miraban con fastidio a Medea, quien revisaba con rigor las frutas mientras maldecía a los cochinos que les hunden la uña para saber quién sabe qué. ¿Es que acaso cree que las frutas tienen Zika?, le gritó un fastidiado. ‘Ch…, ¿es que no venden frutas que no estén golpeadas?, le preguntó groseramente a un pobre empleado que no supo qué decirle. Luego de dos horas de minuciosa elección se decidía por algunas y corría a su casa, a preparar la ensalada que de un tiempo para acá su marido Aureliano se había antojado de llevar a diario al trabajo.

Mientras la preparaba pensó que nadie sabía cuánto trabajo le costó hacerse novia de Aureliano, y qué titánica fue la lucha para llevarlo al juzgado, pero allí estaban juntos y casados. Se propuso que le daría una sorpresa por su cumpleaños, de seguro que faltaba la chispa, algo, para que se le quitara la pereza conyugal que cargaba. Y se percató mientras lavaba las uvas que llevaba tres meses sin un calorcito de Aureliano. Pasó la tarde culpándose por el enfriamiento del hombre y le juró al fiel ‘Sultán' que ella iba a recuperar a su marido. ‘Lo recupero o dejo de llamarme Medea', le aseguró al perro que apenas movió la cola, cabreado porque en todos los alrededores hacía meses que no se sentía el delicioso aroma a perra en celo.

Llegó casi a las diez al trabajo de su marido, con un vestido que acentuaba su trasero tan querido por ella, fue ese el que sumó los puntos para que Aureliano se fijara en ella, pues desde niño tenía fijación con las mujeres culonas. El seguridad que la atendió le preguntó varias veces, ¿usted es la esposa de Aureliano? Sí, señor, no hay otra, decía ella, y el otro agregaba: vaya, vaya. Y volvía a decir ¿así que usted es la esposa de Aureliano? Seis veces hizo la misma pregunta e igual cantidad de veces repitió el vaya, vaya, hasta que ella se cansó y le gritó déjame pasar, quieres retenerme para estarme recabuchando mi culón, seguro que en la casa tienes una culiseca. No supo si le dio donde debía al seguridad, pero aquel por fin la dejó pasar. Fue directo a Recepción, donde se llevó la sorpresa de que Aureliano no había ido a trabajar. La recepcionista le dijo que era política de la empresa darles el día libre a los colaboradores que estaban de cumpleaños, de manera que no era extraño que el señor Aureliano estuviera ausente.

No supo qué hacer. Pasó apresurada por la garita, pero el seguridad impertinente la llamó para preguntarle ¿no lo encontró, verdad? Medea lo miró como diciéndole ojalá te murieras hoy mismo, pero el empleado era morboso y le dijo: Yo oí decir por ahí que él anda por la casa de un compañero, que allá iban a celebrar el cumpleaños de su ‘dizque' marido, pues.

Cuánto por la dirección, consígamela ya, de seguro que estará allá con alguna quitamaridos, aquí abundan esas mujeres, ¿verdad?, le dijo Medea al seguridad y este no tardó en complacerla. Cuánto por el dato, le preguntó dos veces. Nada, me basta con saber que les jodí la fiesta, cabrones, siempre negreándonos, pero cuando tienen culillo ahí sí nos conocen, y para que usted compruebe que hasta a las culonzonas las queman.

Medea se fue enseguida y lanzó al piso el dulce que llevaba y todo lo demás, menos el cuchillo para partirlo. ‘Ese es para enterrárselo a la que me lo está quitando', gritó. Entró al apartamento cuando alguien se iba, de manera que nadie pudo advertirle a Aureliano, a quien encontró sentado en las piernas de otro hombre, intercambiando boquitas. Fue suficiente para saber por qué ya no quería tocarla y por qué, de repente, empezó a llevar ensalada de frutas y otras pendejadas al trabajo.

Seguro que eran para ese babieco, pensó y salió con una decepción tan profunda que le arrebató las ganas de vivir.

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Majadero: Pero, ¿usted es la esposa de Aureliano?

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Minimizada: Sepa que hasta a las culonas las queman.